¿Quién decía que no llegaba? Señores, se acerca Halloween con sus esqueletos, sus brujas, sus calaveras, sus lápidas, sus monstruos y sus otras tantas cosas que a los locos nos ponen como motos y nos hacen pensar que la otra vida la tenemos aquí mismo sin movernos de la silla y sobre todo sin morirnos. Ya los tenemos encima. Nada más que hay que dar una vuelta por La Isla para ver brujas por todos lados con un semblante catastrófico. Es una feria macabra la que se nos acerca sin poderlo remediar. No hace falta pasar por el mal trago de morirnos, sino que ya nos lo estamos bebiendo sorbito a sorbito cada noviembre.
Los tanatorios se nos convierten en casas familiares donde se cuentan los mejores chistes. El hombre ingenuo, que antes ponía mal gesto cuando veía un bicho raro o una mirada terrorífica, ya se ha acostumbrado a contemplar cabezas deformes y cuerpos horrorosos sin que los vellitos se le pongan de punta. Hoy para asustarnos de verdad se necesita recurrir a Hacienda, la cual con unos cuantos papeles nos ponen a meditar del tirón en el cruel sentido de la existencia. Tenemos que reconocer que los americanos se han impuesto y no nos hemos dado ni cuenta. Nos han metido películas, hamburguesas, costumbres, bases (no de pizza precisamente)... Y el problema es que, si no aceptamos la rendición incondicional, lo vamos a llevar crudo, aunque ellos se líen de vez en cuando con los dineros y hagan el paripé de estar en desacuerdo los demócratas con los republicanos. Al final, se toman un café y se ponen de acuerdo, pero logran que al mundo entero le entren escalofríos de pensar la que pueden liar los yankees cuando se lo proponen. Y se lo proponen demasiadas veces.
El uno de noviembre pasó también a mejor vida, pero los santos ya ni se quejan a sabiendas de que eso es lo que hay, y aceptan, aunque sea a regañadientes, que el día 2 le haya robado el puesto que le corresponde en el calendario. Los cementerios se llenan el día 1, y el día 2 se alegra de ver que celebra su santo dos días consecutivos. Aquí los muertos y toda su carga fúnebre han cogido una importancia desproporcionada, fuera de lo normal. Por otra parte, los niños modernos disfrutan con todo lo que huela a fantasmas, a monstruos y a otras lindezas.
En mi época yo me lo pasaba muy bien con cualquier cowboy de plástico o con cualquier cacharrito y no me hacían falta otras historias. Para los chavales de hoy ahora el muñeco debe tener un careto horrible y, si es posible, lleno de feas berrugas y dientes afilados. Nos tendremos que ir acostumbrando a convivir con las telarañas y las malas caras. No sé qué tiene la muerte que siempre es objeto o de temor o de cachondeo. No hay términos medios. Antonio Machado decía que no había que temerla, porque, cuando la muerte es, nosotros no somos; y, cuando nosotros somos, la muerte no es.
Sabemos a ciencia cierta que nos tenemos que morir y el que diga lo contrario es que está ya más muerto que vivo, aunque en principio todos nos consideremos eternos. Sin embargo seguimos bromeando con el tema y no faltan frases graciosas que nos recuerdan cómo las gastamos con el asunto. Uno decía: “Si no viví más, fue porque no me dio tiempo”. Otro que empleaba una funeraria: “El cadáver es suyo. El entierro nuestro. Garantizamos comodidad al difunto”. A mí hay una frase de Jardiel Poncela que lleva más razón que un santo: Si queréis los mayores elogios, moríos”.
Así que, paisanos, desead la muerte, porque así hablarán bien de vosotros, cosa que ahora no podéis ni soñar. Es un consejo, pero no hay que tomárselo al pie de la letra.
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