El Jueves

Vivir en constante enfado

Oiga, sí, usted que me lee: viva y sea feliz. Y deje vivir a los demás. Cumpla las normas más sencillas de la educación y el civismo, sin necesidad de aprobar ninguna asignatura y dé los buenos días a los desconocidos.

Las dos acciones que me dan pie a escribir esto se producen en un espacio de tiempo corto. De un lado, un ciclista que atraviesa delante de mí por un semáforo que yo tengo en ámbar y donde me paro tranquilamente para cederle el paso. Por detrás, un señor de considerable edad con un Mercedes, que frena bruscamente y me gesticula. Al adelantarme me increpa por pararle “al capullo de la bicicleta”. No le presto mayor atención al tipo maleducado, porque es eso, un maleducado.

Unos quince minutos después, ya ante la pantalla del ordenador, leo en una red social como una joven toma el autobús de vuelta de su trabajo y el conductor/cobrador, al que no conoce de nada, le pregunta que cómo le ha ido el día y cuando le da el billete le dice que "mañana irá mejor".

¿Ganas de trabar conversación con la joven o simple amabilidad? Bromas aparte -que a todo el que esté leyendo se le está ocurriendo la guasa- quiero y me apetece pensar que se trata de amabilidad y educación, ganas de ver la vida de otra forma: lo de la botella medio llena o medio vacía que tantas veces decimos y oimos.

Párense un segundo a pensar y releean el título de esta columna en clave de pregunta: ¿vivimos en un constante enfado? Piénselo, sí usted que me está leyendo ahora mismo y que se desespera con el coche que iba esta mañana delante más despacio de lo normal; con el abuelete que le ha tocado en la cola del banco y que no se aclara mucho con la pensión de este mes y el recibo que le han pasado de la luz; con el niño que le incomoda porque corretea por el bar mientras usted se toma la cruzcampo que merecidamente saborea algunos días al salir del trabajo; con el vecino que mantiene sin mala intención la puerta del ascensor abierta y le hace esperar en el portal sólo unos segundos más de la cuenta…

¿De verdad que nos merece la pena alterarnos con estas cosas?

Después vemos en la tele cómo en Filipinas hay quien se ha quedado sin nada o la cara de asombro del inútil de Wert. Y nos quedamos sin ganas ninguna de “hacer algo” porque ya hemos gastado nuestras fuerzas en cosas banales, en cosas sin importancia.

Oiga, sí, usted que me lee y se identifica vergonzosamente con lo que digo: viva y sea feliz. Y deje vivir a los demás. Cumpla las normas más sencillas de la educación y el civismo, sin necesidad de aprobar ninguna asignatura y dé los buenos días a los desconocidos. Incluso a su jefe, ese con cara de ogro al que aguanta más de lo que debe cada día.

Y sonría. Se sentirá mejor. Nos sentiremos (todos) mejor.

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