Educar para el futuro

Ojo con la opinión, aunque se tenga

La cuestión está en hasta qué punto es lógico tener que autocensurarse para impedir ser crucificado públicamente

Publicado: 08/06/2018 ·
10:01
· Actualizado: 08/06/2018 · 10:01
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Autor

Antonio Monclova

Antonio Monclova es biólogo, doctor en prehistoria y paleontología, master en arqueología y patrimonio

Educar para el futuro

Análisis, crítica y reflexión sobre las necesidades pedagógicas de la sociedad para difundir el conocimiento y la cultura

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En muchos debates televisivos conforme se suceden las intervenciones, en la parte inferior de la pantalla se pueden leer las opiniones y comentarios on-line que aporta parte del público.

Esto permite que espectadores, tertulianos y moderadores conozcan a tiempo real cómo reaccionan los que siguen el debate. Pero por desgracia bastantes de estos comentarios son descalificaciones personales dirigidas a los contertulios por defender sus posturas.

Lo que para unos es ejercicio de libertad para otros es falta de respeto, pero lo cierto es que si alguien sabe que conforme diga algo en un debate podrá ser descalificado en lo personal, seguramente censure sus intervenciones.

Por ello en la actual sociedad de la híper-comunicación hay quienes en los debates públicos prefieren no dar su opinión cuando se trata de un asunto “sensible”, especialmente cuando sienten que está en juego su posición social.

Hay opiniones para todo, por lo que no decir algo por temor a lo que digan de uno es una opción a la que en principio nadie debería estar obligado. La cuestión está en hasta qué punto es lógico tener que autocensurarse para impedir ser crucificado públicamente.

Esto es más evidente en un debate de carácter intelectual, cuando algún contertulio obvia las opiniones y razonamientos más certeros para complacer a un público que, aun desconociendo el asunto debatido, ataca personalmente a quien diga lo que no le gusta oír.

Esos debates intelectuales “de bajo nivel” terminan reducidos a un cruce de comentarios insulsos y acobardados que no aclaran nada y ocasionan que a quienes de verdad les interesa el debate terminen dudando de la información aportada por los contertulios y de su solvencia profesional.

Para poder asistir a un debate intelectual sobre un determinado asunto debe aceptarse la existencia de posturas diferentes sobre el mismo, no todas correctas, y también hay que tener claro que los que participan en dicho debate contrapondrán discursos diferentes desde sus  propias perspectivas, líneas de pensamiento y paradigmas.

Pero por desgracia esto no es tenido en cuenta por muchos de los que siguen debates intelectuales en las redes, por lo que algunos de los que participan en esos debates necesitan proteger su identidad de acosos y agresiones físicas o cibernéticas.

Esto dice bien poco sobre la salud de la sociedad actual. Una persona madura acepta ser expuesta a mensajes que contradigan aquello que da por cierto, y al reafirmarlo o al asumir su error además aprende.

Los debates en general, y los intelectuales en particular, no son solo una cuestión de quién tiene la razón, y menos aún cuando tenerla no es un impedimento para ser pasto del fuego purificador encendido por aquellos que les da igual.  Sobre todo si el debate se desarrolla en la red de redes.

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