El paro en Sevilla y su provincia es el auténtico síndrome postvacacional y no esa depresión emocional que a modo de lujo añadido y sin aparente fundamento psicológico se permiten aquellos que tienen trabajo y además han podido disfrutar de vacaciones durante el verano. Así lo demuestra, una vez más, la estadística oficial del Ministerio de Trabajo, que refleja un repunte del número de parados tanto en la ciudad como en el conjunto de la provincia en agosto, a modo de negro broche de un caluroso estío que también nos dejó otro incremento del desempleo en el mes de julio. Por tanto, ahora hay casi 68.000 sevillanos de la capital inscritos en las oficinas del antiguo Inem en demanda de trabajo y cerca de 186.000 en el conjunto de los municipios. Ningún grupo de edad se ha librado esta vez de una lacra social que afecta tanto a quienes se incorporan al mercado laboral como a quienes se hallan en la edad madura o frisando la del retiro.
La subida del paro, un triste clásico ya del mes de agosto, es un recordatorio permanente de la debilidad estructural de nuestra economía y de la urgente necesidad de una diversificación de actividades que no se vislumbra en lontananza. Da miedo pensar en qué números arrojaría la estadística si no se contara con el balón de oxígeno del ‘boom’ turístico que vive la ciudad y en que no estemos preparados siquiera para un tiempo de las vacas flacas en este sector.
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