CinemaScope

Eastwood y la dirección invisible

Ignorado por los Oscar, Clint Eastwood puede presumir de haber firmado una de sus mejores películas de la última década

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Dice Woody Allen que solo podemos etiquetar como “clásicas” aquellas películas que hayan alcanzado un rango similar al de la “música clásica”. En ambos casos pueden tener un mismo fin terapéutico, pero, sobre todo, comparten una sensibilidad universal, el goce de una experiencia y, más aún, el paso del tiempo. Todos los que firmaron esas películas inolvidables (Cukor, Wyler, Hawks, Ford, Curtiz, Walsh, Stahl...) murieron hace ya muchos años, pero su estilo aún pervive en algunos, muy escasos, directores en los que es fácil reconocer su mismo amor por el cine como vehículo para contar historias.

Clint Eastwood es uno de ellos, y este año ha sido injustamente olvidado por la Academia de Hollywood tras firmar la que es, sin duda, su mejor película de la década, Richard Jewell, donde vuelve a hacer alarde de lo que muchos coinciden en definir como “la dirección invisible”: los ojos de Eastwood convertidos en los nuestros para mostrarnos, no una película, sino una parcela de la vida misma: la de un guardia de seguridad que evitó una masacre terrorista en las Olimpiadas de Atlanta y al que colocaron la etiqueta de sospechoso ante la falta de mejores pruebas.      

En cierto sentido, en la película laten tres constantes ya abordadas con anterioridad por su autor en Sully: la del héroe convertido en villano por la presión mediática y gubernamental, la de partir de un hecho real en busca de la crítica revisionista, y la de una apabullante sencillez expositiva -invisible-, que en el caso de Richard Jewell parte de una admirable concreción narrativa de los hechos -la amistad entre el guardia y su futuro abogado queda resuelta en un prólogo soberbio-, apoyada a su vez en la forma que tiene de situar la cámara, mirar cada escena y detenerse en los detalles -el retrato de Richard en casa de su madre, las marcas en los tuper-, en el uso de la fotografía, y en el magistral trío interpretativo que soporta el peso de la carga dramática: Paul Walter Hauser - inexplicable la ausencia en las nominaciones del hasta ahora desconocido actor-, Sam Rockwell y una memorable Kathy Bates -la única aspirante al Oscar, como actriz de reparto-.

 

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