Una feminista en la cocina

Pereza

Muchas veces tengo la sensación de vivir en una centrifugadora

Publicado: 07/04/2021 ·
09:53
· Actualizado: 08/04/2021 · 13:59
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Muchas veces tengo la sensación de vivir en una centrifugadora…Los políticos hacen cosas de políticos, los adolescentes colapsan en su propia inercia y no hay como ver un documental retrospectivo para darte cuenta de que no ha cambiado nada. Incluso la ropa se parece demasiado a la de los años 80 en campanas y estilismos crocheteros. Si se crea es imitando lo imitado; Si se innova es coreando lo que otros hicieron. La vida no parece más que realitys que nos retrotraen a plazas de pueblo con sillas de nea en círculo, criticando a todo lo que se menease. Ahora es todo más aséptico, tengo que reconocerlo. Incluso las calificaciones de los profes de mis hijos lo son, enarboladas en Ariel 11 con magníficas precisiones sobre dónde han acertado y dónde la han pifiado. Ha cambiado nuestra propia naturaleza, el cómo éramos. El rusticismo ha muerto para darle paso a la plasticidad. Ahora somos más políticamente correctos, al menos por fuera.  Nadie pensaría en esta época en un caso Nevenka, de igual modo que la cría a la que rozaron en el bus municipal empezó a dar bufidos y se le unió todo el grupo,  logrando que el agresor fuera expulsado. Eso antes no pasaba, ya se lo digo. Te tocaban el culo y aguantabas estoicamente, hundiendo tu vergüenza hasta el infinito porque sabías que si lo confesabas -más allá de alguna amiga muy íntima- solo recibirías(a cambio) rechazo.    

Un alumno levanta la mano durante una clase.

Hemos dado confianza y eso es mucho. Luego sigue habiendo agresores y asesinos, y aun así, con todas las medidas y el apoyo unánime de la sociedad, agreden y asesinan. Han nacido nuevos ultras que se esconden tras eslóganes bonitos, pero no son más que los de siempre, aclimatados en el nuevo abono de murciélago. Esta nueva crisis se lleva por delante a lo más frágil de nuestra sociedad, los más desfavorecidos que- siempre en cualquier eventualidad- se montan en tercera en el Titanic cargados de esperanza,  para ahogarse en cuanto al barco le sale la primera brecha. Saldremos pero no sabemos bien ni cómo ni cuándo, aunque ya el noticiario popular vaticina que será como en los años 20 con descorche de champan y alegría desbordada. Ojalá, porque la otra cara de la moneda no es muy halagüeña. La hostelería boquea muerte inminente y el virus arrecia. Necesitamos tener la cabeza clara  y no que nos canten políticos que vayan buscando poder para untarse la mantequilla en las coronas de laureles. Necesitamos saber adónde ir y cómo salir del aprieto, pero nadie nos da más que esparadrapo para tapar el socavón que se nos ha abierto en la proa.

Es una época crujida con quejidos insonoros, frustración acumulada y mucho dolor por ver pasar los días amordazados de boca y alma. Pero hemos escondido la cabeza en series, películas, hobbies y desencantos varios, paseando nuestra ficticia felicidad por redes comunes con palmeros que nos dan las expectativas. Somos concursantes de la isla con “me gustas” sin sexo en la piscina, novios de fábula que no encañonan y amigas virtuales. Somos robots de quita y pon, sin emociones, ni crisis asmáticas, vejestorios que no han cumplido más que los cincuenta, pero que ya pesan porque los políticos nos aburren con sus galimatías para quedarse en el cargo, mientras nos distraemos con una mosca que solo existe en nuestra pantalla informática. Las ofertas de algo que no necesitamos nos da vueltas en la cabeza y compramos por compulsión lo que nunca usaremos. Luego limpiamos al modo Kondo tirándolo todo por la ventana o poniéndolo a bajo precio en Walla para que desaparezca. Podríamos ser envoltorios cárnicos de deseos y esperanzas, pero inflama las neuronas pensar tanto cuando los libros han dejado de tocarse como los pensamientos, las miradas o los labios tan entrañables. Hemos dejado de ser humanos para convertirnos en productos que cuantificar por un mal pagado informático que trabaja desde su casa recogiendo algoritmo para una empresa que lo despedirá por email en cuanto no le haga falta. No hay nada como los anuncios invasivos que ahora salen a cada rato mientras navegamos, haciendo pequeños y rastreros a los carteles publicitarios tridimensionales de Blade Ranner, asumiendo que cualquier futuro lo podemos mejorar a la baja.

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