Una feminista en la cocina

Una perra huida

Más o menos como palear el Estrecho con cuatro patitas diminutas y mucho pelo de borrego

Publicado: 26/03/2021 ·
10:40
· Actualizado: 08/04/2021 · 13:57
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Autor

Ana Isabel Espinosa

Ana Isabel Espinosa es escritora y columnista. Premio Unicaja de Periodismo. Premio Barcarola de Relato, de Novela Baltasar Porcel.

Una feminista en la cocina

La autora se define a sí misma en su espacio:

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Cuando la vida te ha dado hostias, ya solo cuidas por dónde te van a caer. Sabemos que esta realidad que conocemos es incierta, que solo la muerte nos espera,  y sin embargo nos da soberana la gana de dejarlo todo y cruzar el Estrecho a patas. Somos perros sin dueño que a veces tenemos la fortuna de encontrarlo, solo que no sabemos si lo es o no y tiramos por mitad de la nada dándonos cabezazos, que eso los mortales lo hacemos de lujo.  

Imagen de archivo de un perro en adopción.

La perrita huida -y rescatada- de Ceuta bebió mar de fugas y casi se ahoga por no tener buen cuidado en confiar en quienes tanto daño hacemos por deporte. Quizás la pobre supo de lo mucho que afanamos, de cómo esquilmamos el Planeta o tan solo de abandonos y tropelías para querer irse de cabeza al mar, que no es moco de pavo. Lo mismo los perros son como Ángeles inconscientes y descerebrados, porque si no cómo iban a darnos tantas oportunidades cuando los tratamos a pie de bota campera. A mí me caen mejor mis perros que cualquier humano y pongan cuidado si les digo que confío en ellos más que en mis hijos, porque sé que cuando sea vieja y esté enferma solo ellos acudirían sin dudarlo en mi ayuda. No digo que mis hijos no lo hagan, pero sí sé de seguro que mis perros se quedarán hasta que mueran, porque todo el que haya tenido perros sabrá de su falta de memoria cuando los dejamos solos, la emoción al vernos de nuevo, los lametones, caricias y entusiasmo con que nos veneran y esa paciencia infinita para todas nuestras manías. Sin olvidarnos de que no entienden el rencor, ni la envidia, ni la codicia, ni el interés. Pueden morir de hambre al lado tuyo y tan felices que serían  con que los sigas acariciando y a veces ni siquiera necesitan eso. Nunca he abandonado a un perro. A un humano sí, porque me aburría sobremanera. Critíquenme, me da igual. Perpetuar relaciones muertas y enterradas es soberana tontera. Más o menos como palear el Estrecho con cuatro patitas diminutas y mucho pelo de borrego. También era joven que no es por disculpar, pero hacemos muchas tonterías de jóvenes,  lo que pasa es que  la vida es muy lista y nos hace olvidarlas para que cuando nuestros hijos las clonen,  las veamos como un insulto a nuestra inteligencia. La vida es así de puñetera.

Imagino que eso le ha quedado claro a la perrita , porque sin saber de Política, ni de los precios del pan y del azúcar ya le ha valido para ser entregada a la Protectora y vuelta a adoptar que es mucho más de lo que hemos pasado nosotros en nuestra vida. Es terrible que te dejen, que se deshagan de ti como ropa usada. Sé que hay muchas circunstancias, de hecho yo no volveré a tener perro cuando empiece a ser mayor (no me sean malos que les leo el pensamiento). También hay épocas en que el egoísmo me puede y me cuesta coger un nuevo perrito porque duele cuando se van al cielo eterno de las temporalidades y vigencias. Cuando te haces mayor no lo sientes en los huesos, sino que lo palpas en que los sueños que se van arrugando y astillando por momentos; El color se hace más gris y opaco porque contrae cataratas y se desfigura el corazón para transmutarlo en llanto. Sé que hay nonagenarios que van en bicicleta y hacen proezas deportivas, pero ya le digo que no seré de esos sino más bien una vieja del visillo con cámaras de última generación y robots de buen uso. La artrosis esperemos que se asiente solo en las manos y aunque sean garfios procuraré seguir escribiendo, más que nada porque como mi padre decía” lo mismo un día aprendes”. En esa ecuación de enfermedad entiendo que los perros deben estar cuidados y si tú no puedes y no tienes a quien recurrir, deben ir a la Protectora. Nunca abandonarlos. Cuando mi marido falleció, yo heredé sus perros. Creí que nunca iba a tener más porque duelen, pero heme aquí que reincido porque las gafas me nublan el entendimiento y las teclas cuando escribo exhalan un polvo infernal que me hace perpetrar grandes locuras. Aún estoy a tiempo porque todos los días echo el reloj a andar y aun no me he tirado a los mares del Estrecho, que lo mismo no era mala idea para que viniera a rescatarme- como a la perrita- el Práctico del Puerto.

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