Han transcurrido dos años desde que el dos de diciembre de 2018 las elecciones autonómicas en Andalucía diesen como resultado el cambio de ciclo político en la Junta tras 37 años de gobiernos ininterrumpidos del PSOE, muchos de ellos por mayorías aplastantes fruto del voto democrático de una sociedad que siempre entendió al PSOE-A como el gran partido andaluz, obrero, cercano a las clases más desfavorecidas y rurales y, con todo ello amasado, imbatible. Le batió Javier Arenas en las urnas en el 2012, pero el PSOE de José Antonio Griñán salvó los muebles gobernando con IU y tras aquel acuerdo creció la sensación de que el PP jamás gobernaría la Andalucía del puño y la rosa porque quedó fuera del gobierno cuando todos los vientos le soplaban a favor.
Pero el machaque por los Eres, los manidos cursos de formación y otras historias de cierto tono lúgubre, el cansancio tras tantos años consecutivos de gobiernos del mismo color y, de ello, la constante comparativa de Andalucía con otras comunidades autónomas en índices como empleo, educación o renta per cápita y la aparición de formaciones de centro derecha o de ultra derecha que han dado opción a nuevas sumas propiciaron el primer gobierno de derechas en Andalucía. Y han pasado dos años y los andaluces, según sondeos de opinión, le han perdido el histórico temor a un gobierno de derechas porque las ratas, como desde algunos partidos se anunciaba, no han salido de las alcantarillas para morder a la gente por la calle. Un gobierno de derechas que no lo hace mejor ni peor, casi ni distinto, que pasó el primer año de esta legislatura parapetado tras el legado y el segundo refugiado tras el Covid y que, por lo demás, ha tenido la habilidad política de copiar el modelo de Manuel Chaves. Al presidente Chaves le llamaban en su círculo cercano la reina madre porque nunca se metía en un charco, jamás pisoteaba el barro para no correr riesgos de salpicaduras incómodas, flotaba sobre los asuntos de buena venta pública y los trapos sucios recaían en otros pesos pesados como su escudero Gaspar Zarrías o, tanto en el partido como en épocas en el gobierno, en Luis Pizarro; no encantaba a nadie, pero tampoco disgustaba a una masa votante a la que desagradan -en general- perfiles chuscos. Y lo mismo hace Moreno Bonilla, no encanta, pero no disgusta, tiene a Elías Bendodo a un lado controlando el gobierno y cocinando los platos más complicados y, al otro, a Juan Marín como partido asociado al que va quitando votos poquito a poco; no se mete en líos, no tiene aristas, por no tener no tiene ni oposición que le castigue y, por tanto, cada día gusta más, está mejor valorado, es de hecho la versión Chaves del PP andaluz. Que a este PSOE-A le devuelvan con su moneda resulta, bien pensado, bastante divertido.
Este PSOE-A que, mientras tanto, vive su particular guerra civil. Susana Díaz intenta mantener la compostura pese al varapalo que le ha supuesto la sonora pérdida de Huelva tras la dimisión de Ignacio Caraballo por cuanto Madrid, su Pedro y entorno, optó por parecer que se mantenía al margen cuando en realidad lo que ha hecho es entregársela al otro bando -que allí es el de Mario Jiménez-. Además, encuestas no la dejan bien, entre otras razones porque reflejan que de entre los votantes que dicen votarán al PSOE la puntúan de media con un mediocre 5,7 y es esta la razón por la cual su valoración final es tan baja, mientras que su oponente, Moreno Bonilla, alcanza el 7,63 entre sus seguidores. Y si los tuyos te valoran medio mal, el resto ni digamos. Por todo, la tensión interna es elevada y todos esperan que Ferraz mueva ficha, o Moncloa, que no es lo mismo porque también allí existen sus tiranteces entre los Lastra y Ábalos y los Salazar y Redondo; al final el que manda, que es mucho, es un Pedro Sánchez que mide sus tiempos y, tras aprobar los presupuestos, irá a su congreso federal entre junio y julio del próximo año para, después, meterle mano a lo demás y mientras tanto gusta huir de jaleos que distorsionen la trazabilidad de su idea. ¿Qué hará luego? esa es la gran pregunta, aunque muchos ya aseguran que no podrá seguir manteniéndose de perfil como hasta ahora ante el caldero que es una Andalucía enfrentada y con no pocos a la espera de dar el salto público para postular poder, como son: Juan Espadas, que mide pero quiere y que apenas si se habla más allá del hola de rigor con Susana, Felipe Sicilia, que no cuenta con el respaldo de su Jaén pero que está de tourné por toda Andalucía avalado por Lastra, Gómez de Celis, que se postula aunque sus apoyos son mínimos y al final jugará a que quien gane cuente con él, Ángeles Férriz, que está a la espera de que Paco Reyes se pronuncie para saltar a lo público y, si no, lo hará sola y entonces serán dos los conejos jienneses que troten libres por el campo andaluz. El debate se acabaría si la ministra Montero fuera la designada, tras la cual se pondrían todos en fila india. Pero ella no quiere y tras aprobar los presupuestos generales del Estado no parece que merezca como premio comerse este marrón de Andalucía, pelear contra Díaz para, posiblemente, perder ante un PP que, al más estilo Chaves, le ha cogido el punto al sur. Y con el tiempo que le ha costado, peleará con dientes y uñas para no abandonar los palacetes conquistados.
El histórico Cabaña dijo en Acompás de 7Tv que "el tiempo político de Susana Díaz ha pasado", Sicilia ayer se mostró convencido de que "existe pulsión de cambio" y Villalobos espetó un rato más tarde en la misma cadena con un que todo aquél que se mueva "en escaramuzas internas" sin respetar los tiempos tasados para la organización de congresos es "un mal militante". Así estamos, entre buenos y malos militantes, entre los que acatan el poder establecido y los que difieren de él, entre los que hablan y los que callan. Entre los buenos y los malos militantes.
Ciudadanos, mientras, tensa sus tiranteces internas entre la dirección regional y una Inés Arrimadas a la que el papel de uno, da la sensación, le queda pelín holgado, por eso no termina de posicionar a su partido ni aquí ni allá. El no a sumar junto a PP en Cataluña pareció un sí en Andalucía -según insinuó Marín en Málaga- y, aunque a corto puede ser un acuerdo electoralmente fructífero porque la suma en cuanto a restos por provincias, aún obteniendo menos votos, les pueden otorgar algún parlamentario más, a medio y largo significa la muerte a pellizcos para Ciudadanos, que terminaría engullido por el PP. Tanto Arrimadas como Moreno Bonilla cortaron ese paso frente a un Marín que ha tenido que recular y todo ello alimenta a críticos como Fran Hervías, siempre con el fusil a mano dispuesto a dar el asalto al poder naranja andaluz.
La fractura de la izquierda en estos dos años ha alcanzado de manera más abrupta a la colación que entre Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo formaron para crear Adelante Andalucía y que ahora salta por los aires, fundamentalmente porque, al margen de proyectos ideológicos, cuando se trata de repartir trozos de tarta aquí nadie conoce a nadie. La gaditana tenía prácticamente decidido no continuar, al igual que su pareja y alcalde de Cádiz Kichi, pero visto lo visto ambos seguirán al menos un tramo más para defender posiciones y para fastidiar a un Pablo Iglesias al que, directamente, acusan de traidor -que es una palabra muy al uso cuando camaradas se enfrascan entre sí-.
Dos años no son nada en una vida, pero es tiempo suficiente para condensar -para bien o para mal- la transformación política de las formaciones que concurrieron a las últimas autonómicas y hoy se puede afirmar que en ese tiempo unos le han cogido el punto al sur y otros se lo están perdiendo. Un sur único que observa más indiferente que intrigado cual niño que estos días se acerca a un Papa Noel protegido tras mampara y con mascarilla. Cogerle el punto a eso será, en todo caso, bastante más complicado.
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