El enfermo imaginario

Hay muchas personas que son vivo reflejo del Sr. Argàn, el protagonista molieriano que podía vivir sin su mujer, sin sus amigos, pero que no podía vivir sin su médico...

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Hay muchas personas que son vivo reflejo del Sr. Argàn, el protagonista molieriano que podía vivir sin su mujer, sin sus amigos, pero que no podía vivir sin su médico que le recetaba numerosos potingues y arrendaba su enfermedad para el mes siguiente: “nada más que con una docena de medicinas os hubiera hecho variar el saco”. Muchas personas hipocondríacas y aprehensivas que se creen tener todas las enfermedades que escuchan en la tele o leen en alguna revista son argànes de la vida que tanto gusto dan a tanto médico.
Estas personas que viven hoy en el siglo XXI de la Medicina Tecnócrata son pasto de enfermedades importantes. Porqué. Porque una persona aprehensiva va al médico y el médico que quizá se da cuenta que es un aprehensivo quiere descartar, por si acaso, las distintas enfermedades que podría tener según los gordos manuales que ha estudiado. Para descartar empieza a hacer pruebas, analítica completa, una RMN, un TAC, un EEG, un PPO, y hasta un KRJO. Qué le pasa al enfermo imaginario, que se toma más en serio su enfermedad y piensa que le están haciendo esas pruebas porque en realidad él tiene una enfermedad muy mala. El médico le confirma con su actitud lo que ya él sospechaba.

Cuando llegan las pruebas el médico le dice al enfermo aprehensivo que no tiene nada malo, sólo inflamación y alteración en la función del órgano, pero que al enfermo no termina de convencer pensando que quiere ocultar la verdadera entidad de su mal. Y además el médico le da medicinas que lejos de curarle sólo le aplazan los síntomas, como hace el banco cuando prorroga una póliza de crédito. Las medicinas mandadas crónicamente consiguen aliviar, enmascarar esa inflamación, pero a la larga también cronifican esa enfermedad porque impiden que se pongan en marcha los mecanismos defensivos naturales. Al final qué pasa, pues que como en la obra de teatro, el enfermo desarrolla una enfermedad que lejos de curarse, le lleva a la agravación y a la muerte en el mismo escenario. Un médico digno de tal nombre le quitaría importancia al ver llegar a su consulta un enfermo molieriano y tendría que decirle “usted no tiene nada, olvídese”, pero al tomarse en serio la cuestión le enquista su proceso, se lo hace desarrollar.

Y al final tiene una enfermedad crónica o un cáncer. Y puedes ver al médico con jactancia decir “qué bueno soy que le he diagnosticado un cáncer”, cuando lo que ha hecho es contribuir a su enfermedad. El médico a veces se ve “obligado” a pedir pruebas por supuesta tranquilidad del enfermo o para que no se le vaya a la competencia. Esto es un proceder comercial pero no es honrado. Un médico debe decirle la verdad al enfermo y no jugar a la engañifa, aunque el enfermo se le vaya. (Cuántos enfermos se me han ido por esta razón, y bien idos que van).

En el Barroco francés el propio Moliere estaba representando su obra como protagonista principal. Tanto se metió en su papel o tan hipocondríaco era que sobre las tablas del escenario, bajo las luces de candilejas, cayó muerto. Esta genial obra de reflexión médica debería ser texto obligado en todas las Facultades de Medicina.

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