El Loco de la salina

¡Hay cada jefe!

Publicidad AiPublicidad AiPublicidad Ai
He podido leer por ahí que ya no es delito insultar a los jefes. Esta mañana me he levantado envalentonado con la noticia y le he dicho cuatro cosas al dire del manicomio. Me miró extrañado y del tirón me ha dejado sin postre durante una semana. El castigo me ha hecho reflexionar y he llegado a varias conclusiones. En primer lugar hay
que destacar lo dura que es la vida de los pelotas. Están tan atentos a los deseos del jefe, que se olvidan de vivir creyendo que uno de esos deseos es mantenerlos siempre en su asqueroso puesto. Por otra parte, los que se enfrentan al jefe saben que lo tienen claro y se olvidan también de vivir creyendo que los demás perjudicados van a seguir su bandera reivindicativa o que los sindicatos van a ir a muerte a defenderlo. Otros esperan pacientemente la tarde del domingo para ir al fútbol y decirle al árbitro lo que nunca le dirían al jefe. Así que se olvidan de defender al equipo de sus amores, ya que la boca se les llena de palabras malsonantes dirigidas al pobre señor de negro, cuya única defensa es levantar el pito y enseñárselo a los ofensores como clara alusión a la firmeza de sus atributos masculinos.

La verdad es que hay jefes y jefes. Está el malnacido que nunca se pone en el pellejo del empleado. Son angelitos que presumen de tener el sartén por el mango y además lo tienen. Juegan con la necesidad que padecen los demás de soportarlos. Abundan muchísimo. Dicen que, cuando Dios hizo el cuerpo humano, sucedió algo muy curioso. Resulta que todos los órganos querían ser el jefe. El cerebro dijo que tenía más derecho que nadie, porque él ordenaba el funcionamiento de todos los demás órganos. Los ojos protestaron y expresaron con toda claridad que ellos dirigían todo el cuerpo y por tanto debían ser los jefes supremos. No tardó en saltar el corazón diciendo que, si no fuera por él, cómo iba a llegar la sangre a los últimos rincones del organismo. Al momento protestó el estómago y expuso que sin él no habría reparto de alimentos. No se quedaron atrás las piernas y argumentaron que ellas transportaban todo el cuerpo de aquí para allá y que sin ellas ningún órgano del cuerpo podría ir a ningún lado. Y por fin se levantó la mierda y dijo con rotundidad que a ella le correspondía ser el jefe antes que a ninguno de los demás. La carcajada fue monumental. Sin embargo, como le dijeron que de eso nada y se pusieron en plan soviético, la mierda se negó a salir durante cinco días. Y ¿qué pasó? Pues lo que tenía que pasar, que el cuerpo iba al servicio y volvía con lo puesto; que el estómago estaba revolucionado y a punto de bloquearse; que los ojos se nublaban o se ponían achinados de apretar en vano; que el corazón no soportaba el ritmo infernal que le estaba marcando la necesidad de caca y que las piernas temblaban en la taza del WC. Entonces todos gritaron a una: Que la mierda sea el jefe. Y desde entonces cualquier mierda puede ser el jefe.

Sin embargo, la palabra “jefe” viene del francés “chef”, que a su vez procede del latín “caput” (cabeza) y con esta palabra se emparentan capaz, capataz, capellán, capital, capitolio, capítulo, caporal... Es decir, que hay que echarle cabeza al asunto y, si el jefe no tiene cabeza, el infierno está asegurado.

Pero no vayan a creer que no existen jefes buenos. Son escasitos, pero los hay. Son los que se acercan a sus empleados y los comprenden, porque también ellos están hechos de la misma pasta y tienen cargas familiares y problemas... A éstos hay que animarlos, a los otros hay que llevarlos a hacer cursos intensivos de psicología, para que aprendan que los jefes son como las estanterías; cuanto más altas para menos sirven.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN