A Boetticher, en realidad, lo que le gustaban de verdad eran los toros. Antes del cine, se marchó a Méjico a probar fortuna como matador y, varias décadas más tarde, serían de nuevo los toros los que le retirarían del cine, tras obsesionarse con el rodaje de un documental sobre el torero mejicano Carlos Arruza, que acabó en tragedia. Pero, desde el plano cinematográfico, su nombre irá siempre ligado a su colección de westerns de serie B, que inició en 1956 con Seven men from now (inédita en España hasta el pasado año, en que fue editada en dvd en versión original). A ésta seguiría Los Cautivos, Cita en Sundown (ambas de 1957), Buchanan cabalga de nuevo (1958), Cabalgar en solitario (1959) y Estación Comanche (1960). Todas estas últimas formaron parte de un ciclo exclusivo emitido por TVE a principios de los 80 y que ocupó la emisión de sobremesa de cada sábado. Desde entonces la mayor parte de ellas permanecen en el olvido.
La compenetración de Boetticher con Randolph Scott fue tal que el propio actor llegó a producir algún trabajo, caso de Los Cautivos, en la que compartía protagonismo con Maureen O´Sullivan (recordada eternamente como la Jane de Tarzán que acompañó a Weysmuller en varias películas de la serie) y Richard Boone (un pistolero especializado en asaltar diligencias que mantiene la esperanza de poder retirarse a un rancho a vivir del dinero recaudado). Scott, que en su vida privada respondía poco al estereotipo del vaquero hollywoodiense, encarna aquí a un conocido ex capataz que ha decidido instalarse por su cuenta en una pequeña finca. Un día, de regreso de la ciudad, es asaltado junto a un matrimonio por una banda de pistoleros. Una vez conocida la identidad de la mujer, solicitan un rescate por su liberación y aguardan al pago en un paraje desértico. El interés de la historia está en reflejar la psicología de los personajes a lo largo de los dos días en que permanecen ocultos entre las rocas. Ahí es donde sobresalen los valores, la ética, el destino y la condena de cada uno de ellos, como consecuencia directa de una época, de unas necesidades y, a fin de cuentas, una realidad que cada uno trata de soportar a su manera: el vaquero, siendo fiel a los principios de la responsabilidad y el honor; la mujer, huyendo de su propia marginación social; y el pistolero, dejando los trapos sucios a sus secuaces, pobres criaturas cuya única culpa fue crecer en el ambiente en el que lo hicieron.
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