El Dedo

La de hoy y la de entonces

La entrada a Jerusalén a lomos de un pollino entre ramas de olivo y palmas, es el preludio de una muerte anunciada que nos lleva de domingo a domingo

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Quizás muchos ignoren que el fin primordial de las hermandades, tanto de penitencia como de gloria, es el de dar culto a sus titulares y para ello celebramos la Semana Santa, donde el trabajo de todo un año hace posible que el esfuerzo realizado por unos pocos sirva de disfrute y gozo de mayores y pequeños, creyentes o incrédulos, que por su  gusto artístico, salen a la calle para contemplar el desfile de esa maravilla mística, nazarena, espiritual y penitente, que como orugas procesionarias recorren el territorio nacional.

Ha terminado la Cuaresma, donde la Iglesia rememora los 40 días de ayuno de Cristo en el desierto, y con el sonido vibrante de las cornetas y tambores del Domingo de Ramos Andalucía rompe el silencio no menos ruidoso de la Semana Santa castellana, donde el paisaje emociona con sus grandes horizontes y sus obras en piedra.

La entrada a Jerusalén a lomos de un pollino entre ramas de olivo y palmas, es el preludio de una muerte anunciada que nos lleva de domingo a domingo a vivir la Semana de Pasión a todos los cristianos, culminando con la resurrección prometida por Cristo.

Nada tengo que reprochar a los que viven la Semana Santa de otras formas, convirtiéndola en semana de vacaciones, de viajes, de playas o de montaña, pero volviendo la vista atrás, me cuentan que el Jueves Santo era uno de los tres días del año que relucen más que el sol, junto al Corpus Christi y el día de la Asunción; también me dicen que en aquellos años el Jueves Santo era el único día del año que les daban a los niños de postre un plato brillante y colmado de arroz con leche espolvoreado con la canela que rompía su blancura.

El Viernes Santo era día de luto y los bares, en señal de respeto, solo abrían media hora. El Sábado Santo se llamaba Sábado de Gloria y a las 12 de la mañana repicaban todas las campanas de todas las iglesias porque Cristo había resucitado.

Algunas madres recogían del patio del jardín 12 chinitas que metían en una bolsita de tela para sustituir las del año anterior, argumentando que representaban a los 12 apóstoles que le daban suerte hasta el próximo sábado de gloria. Creo que la Semana Santa de antes era más santa que la de ahora.

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