Desde que participo en Carnaval (camino de 29 años), acudo a un concurso en el que difícilmente se consiguen los resultados que uno se propone y, contrario a lo que muchos hacen, llevo ya unos cuantos años intentando aprender y sacar concusiones de qué me pudo faltar para mejorarlo de cara a ediciones posteriores.
Es decir, intento no cargar las tintas contra el jurado que, a día de hoy, no tengo por qué pensar que tenga nada en mi contra ya que si así fuera, no tendría ningún sentido presentarme cada año al concurso.
En el mundo de la política, bien podrían aplicarse el cuento y, sacar conclusiones de los resultados obtenidos para mejorar en busca del objetivo marcado. Uno debe aceptar las reglase del juego y por tanto, aceptar los resultados.
Es más, se deben valorar a pesar de que las expectativas creadas con anterioridad nos lleven a cierto desánimo. Sin duda alguna, que ocho millones de españoles hayan confiado en un partido envuelto en muchísimos casos de corrupción y que aplicó unos recortes importantes en estos últimos años, es un motivo de sobra para darse cuenta que en algo fallan el resto de partidos como alternativa fiable.
Los votantes nos pueden gustar más o menos, según su edad, posición social, procendencia…
Pero las reglas del juego le dan a cada uno el mismo poder, por lo que o se centran en convencerlos y hacerles ver que están preparados para gobernar el país, su país (el de los votantes), buscando los errores cometidos e intentando mejorarlos de cara al futuro o pueden seguir insultando e infravalorando a todo aquel que no opte por su partido.
Presentarse implica aceptar las reglas del juego, un juego que se llama democracia. Nada más y nada menos.
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