Me da la sensación de que a Duncan Jones ha podido venirle muy grande su intrusión en el mundo de "Warcraft" (2016) y no porque sea mal director, sino porque sus anteriores trabajos, “Moon” (2009) y “Código Fuente” (2011), ocurrían en espacios reducidos y poseían repartos pequeños que le ayudaban a abarcar el género de la ciencia ficción de manera minimalista y, de paso, a camuflar unos defectos que ahora se vislumbran notoriamente en el claroscuro constante que supone la presentación de este gigantesco universo de Blizzard, con la dificultad añadida de que debe adaptar, desde la posición del blockbuster taquillero, un videojuego que ha sido capaz de robar madrugadas enteras a hordas ingentes de adolescentes, un público que podríamos considerar tan selecto como limitado.
El portal de entrada a lo que ya apunta como una nueva saga cinematográfica del género fantástico deja mucho que desear, sobre todo en los aspectos visuales y de producción, basados en demasía en el uso del croma, el CGI y demás efectos visuales artificiaros, que si bien funcionan al recrear a determinados personajes como el de Durotan (Toby Kebbell), el enorme jefe Orco del clan de los Lobos Gélidos, fracasan estrepitosamente en la presentación de escenarios, faltos de entidad, detalles y complicidad; así como en las escenas de acción, demasiado difusas como para causar la impresión que deberían.
Aun así, Duncan Jones se arriesga en la adaptación acérrima de la mitología Warcraftiana, lo que le honra y a la vez casi le condena definitivamente en los dos primeros actos de la película, durante los cuales los Orcos inician la conquista del pacífico mundo de los Humanos, trayendo consigo la guerra, el vasallaje y la muerte.
El desenfreno toma las riendas narrativas del film para presentarnos a un sinfín de personajes de diferentes razas y culturas, sin tiempo para que el espectador asimile conceptos y elementos que, de otro modo, hubiesen resultado interesantes, sobre todo en lo que respecta a las tradiciones y creencias de los Orcos, tan ilógicas como pasionales.
Cuando la peli se asienta, aunque quizás tarde demasiado, se atisba un tenue rayo de esperanza, gracias principalmente a un trío protagonista que consigue sobrevivir a la indiferencia mediante pequeñas confesiones personales y grandes actos heroicos, destacando a Lothar (Travis Fimmel) el líder de los humanos tocado por la pérdida; Garona (Paula Patton) una orca mestiza inadaptada y rebelde; y a Khadgar (Ben Schnetzer) un inmaduro aprendiz de mago que huyó de su destino.
Es entonces, en el clímax final del tercer acto, cuando de entre toda la oscuridad anterior, surge inexplicablemente la luz. Ya veremos en las posteriores secuelas, que seguro vendrán, si ese último y alentador fulgor merece verdaderamente la pena.
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