Después de años bregando al frente del PSOE, está resultando ser todo un hallazgo como miembro del Gobierno.
Se ha quitado el traje de fajador y ahora, que cuida mucho sus silencios, es pura institución. Está fuera de duda que el AVE no es un invento suyo. Lo es de Felipe González. El éxito ha llegado a oídos de Obama y ni corto ni perezoso ha enviado a España a su responsable de Transportes, Ray LaHood, que recorrió la distancia Madrid-Zaragoza en compañía del ministro tranquilo.
Blanco dijo que “como españoles nos teníamos que sentir orgullosos”. No ha intentado patrimonializar el hallazgo AVE y de paso nos ha recordado que, ¡hombre!, al menos del AVE nos tenemos que sentir orgullosos ante nosotros mismos y ante EEUU pese a la crisis.
El ministro de Fomento ha encontrado su territorio y de él no va a salir aunque pueda participar en campaña y aplicar el argumentario socialista. Pero lo hará con cuidadito. Obsérvenle bien y verán cómo José Blanco, él solito, es algo así como un pequeño islote dentro del Gobierno. No sabe nada del Falcon, ni del follón del vicepresidente con la subvención a la empresa en la que trabaja su hija; lo suyo es otra cosa como, por ejemplo, aplacar el enfado de Esperanza Aguirre o comprometerse con el AVE a Valencia y conjurar los riesgos que en el País Vasco supone la famosa Y vasca.
José Blanco, con su actitud, está aplicando de manera continua una enmienda a la totalidad a la forma de actuar de su antecesora Magdalena Álvarez y el presidente puede tener la seguridad de que no le va a provocar sorpresas desagradables.
Dirán ustedes que con qué poco me conformo, pero esto es como cuando a uno se le parte una pierna en la selva. Una vulgar aspirina le llega a parecer un extraordinario regalo. En esta selva política, Blanco es eso, una aspirina para una pierna rota. Menos es nada.
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