Quizá llore de vergüenza nuestra musa. Quizá no le quede más remedio en ese gesto congelado, elevado a la estética por puro amor, que expresar más allá de lo que pretendía – la belleza – al mirar a su alrededor y ver, con desgarro, de qué naturaleza estamos hechos.
Se nos pregunta si estamos enamorados de esta tierra. Se nos pregunta si estamos enamorados de Arcos de la Frontera. Respondemos que sí, que esta Ciudad es referente imprescindible de nuestra Sierra, la Sierra de Cádiz, de la provincia y por supuesto, avalada por su historia y monumentalidad, también referente de nuestra geografía nacional.
No afirmamos por afirmar, sino convencidos de que la historia de un pueblo es tan de respetar como el respeto constitucional que corresponde a cada uno de sus ciudadanos, amparados por La Carta Magna, aquella que, cual monumento, ha sido construida sobre piedras labradas y ensambladas con el histórico esfuerzo de generaciones, haciendo posible la evolución hacia una más justa y equitativa convivencia.
A pesar de ello y al observar cómo repetimos estándares, formas de opresión y discriminación social y personal, el sentimiento que nos envuelve más acertado de expresar es el de vergüenza. Una vergüenza ajena, que no propia.
Nunca podremos estar de acuerdo con lo que parece considerarse normal a pie de calle y que forma parte de los comentarios diarios, de los corrillos de café, de las conversaciones más sesudas y probablemente – toda vez el conocimiento que de las personas se tiene - de la actuación menos honorable que desde las instancias públicas o puestos de responsabilidad representativa, pareciera ser el pan nuestro de cada día: LA DISCRIMINACIÓN POR IDEAS POLÍTICAS.
El Artículo 14 de la Constitución dice que los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.
La fórmula del juramento o promesa al tomar posesión de un cargo público incluye guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, quien avalado por las cámaras de representación o norma emanada de las Cortes en el ejercicio de su potestad legislativa, se concibe - la Ley - como norma jurídica de convivencia y dirigida al bien general.
Del dicho al hecho parece haber mucho trecho según opina la calle y probablemente, como casi siempre, el pueblo tenga razón.
¿Entonces? ¿No somos capaces de ver lo que pasa? ¿Nos es indiferente que las reglas del ´juego´ sean mancilladas, tergiversadas, anuladas a capricho siempre y cuando seamos los beneficiados y no los perjudicados en la vergonzosa y unilateral aplicación de la norma? Poco serio parece este cristal a través del que analizamos presente y futuro de nuestra propia evolución como sociedad.
No son las siglas políticas las que han de definir puestos de trabajo, prebendas y servicios allanados en el entramado social. No son las simpatías y adhesiones, sino el respeto a las múltiples formulas dentro de la legalidad que conforma el espectro político y de pensamiento, lo que dejaría fuera de tono tanta inmundicia y vergüenza recientemente representada en incalificables comportamientos como el del alcalde de Cartagena.
No son ´bandas´ los distintos grupos políticos como dijera el antedicho. Son representantes de voluntades populares que ya comiencen por la ´S´ o la ´A´, o incluso sean de la ´P´, no dejan de merecer todos el mismo respeto que reclamamos para nosotros mismos y a quienes habría que ver en su lugar gobernando al tiempo que mantenemos la moral y rectitud personal y representativa que reclamamos.
Los ciudadanos no son votos, ni miembros de partidos distintos al que gobierna, ni formas de pensar y analizar la realidad distinta a los intereses partidistas del momento. Son personas iguales a quienes, ahora que están en el ´poder´, quizá presuman que hacen las cosas correctamente.
Porque tampoco es así. Eso se nota. Se nota en muchas cosas. Se nota en ciertos comportamientos y su variabilidad. La forma de dirigirse a la oposición en los plenos. La forma de atender a los ciudadanos cuando acuden a los despachos. La falta de reconocimiento y respeto por el trabajo ajeno. La falta de sensibilidad para darse cuenta que un monumento no es una fuente y la falta de sensibilidad para saber, dentro de la sabiduría y consejo que suministra los puestos de confianza, que la justicia y el sentido común y - UNA VEZ MÁS – el respeto a la persona y su presunción de inocencia, derecho propio y dignidad, no pasa por pertenecer a uno u otro grupo político, sino por considerar que somos SERES HUMANOS, para quienes, en todo caso, será la Norma la que dicte sentencia.
Quizá, si así fuera, dejaríamos de sentir vergüenza.
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