Ni siquiera existe la intención de resaltar que el futuro de esta crisis, la salida de la situación de compromiso en la que se encuentra el mundo y nuestro país en particular, pasa por fortalecer unas instituciones que dinamicen los comportamientos de la Unión Europea. Es un “nos salvamos todos o todos perecemos”; pero la tentación de Mariano Rajoy es utilizar las elecciones europeas como instrumento de desgaste del Gobierno en su escalada hacia La Moncloa; y el PSOE, en justa correspondencia, se defiende para que los resultados no le perjudiquen en su dinámica política española.
Los padres de Europa soñaron con la sinergia de cuatrocientos cincuenta millones de ciudadanos para ocupar un lugar en el mundo, para garantizar el desarrollo de sus países en un ámbito de gobernanza supranacional en el que la cesión de soberanía era la condición de la grandeza.
Hoy los ciudadanos sólo intuyen Europa en la teoría que rara vez se formula al margen de la praxis de pagar en una moneda común, lo que además se ha convertido en un inconveniente, en ocasiones, porque se vincula esta circunstancia con el encarecimiento de la vida.
La pedagogía sobre Europa ni siquiera se puede reservar para esta campaña electoral, en donde además, de momento, está ausente: si queremos que Europa progrese, si deseamos tener un lugar en el mundo acorde con la alianza estable de los 27, es responsabilidad de los líderes políticos trasladar permanentemente el debate europeo a la política nacional. De momento, Europa seguirá lejos.
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