Buscamos vida fuera de nuestras fronteras terráqueas, indagamos palmo a palmo cada rincón del espacio buscando no se sabe bien qué, hasta que se encuentra. Los más avispados en mente e imaginación lo refieren como vida extraterrestre.
Sabemos que existe una orden en el subconsciente del ser humano, de buscar su origen en las estrellas y más allá. Pero es algo así, como enamorarte de la más guapa por su cuerpo, ojos y belleza, aún cuando sabemos que no está a nuestro alcance, dejando a la menos agraciada a un lado. Un ejemplo similar ocurre entre el ser humano, el cielo y el mar. El ser humano sigue enamorado del cielo (la bella), sueña con hacerla suya, en ese sueño utópico, dejando de lado al mar (la menos agraciada). La mar no gana en belleza al cielo, pero si en tenebrosidad, es algo que al mirarlo nos da respecto, todo lo contrario al cielo, quien en su lejanía e infinidad se nos vuelve hermoso y grandioso, nos invita a acercarnos a él.
Aunque tomamos por válido el origen cósmico de la vida en la Tierra, bien es cierto, que la vida se originó aquí, como en el óvulo fecundado la vida ser origina en su interior. Pues así, en los abismos de los océanos se originó la primera forma de vida. Desde allí hasta ahora han sido muchas las evoluciones, el principio y fin, de infinidades de especies. Probablemente nuestra existencia se deba a ese incalculable número de evoluciones por especies en nuestro planeta.
Pero sobre todo lo importante de la vida es apreciarla. Siempre habremos malos y buenos. Siempre habrá quien empuñe un arma y quien esté frente a ella. Siempre habrá quien dé amor a cambio de odio. ¿Pero qué hacer, sin lo uno no existe lo otro? ¿Qué hacer si habrá buenos mientras los malos quieran? ¿Qué hacer si quien ama terminará odiando? ¿Qué hacer?
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