Hay lugares con encanto, salpicados por la luz y en los que sólo un pequeño paseo puede ser un destino turístico en sí mismo. Es el caso de Carmona, a apenas una hora de Sevilla, una ciudad, Lucero de Europa dice su lema turístico, a la que le recomendamos encarecidamente ir, no sólo por el impresionante patrimonio monumental que alberga, sino también por su calidez, su acogida y esos pequeños encantos como el que supone poder disfrutar de una buena tapa en un ambiente distendido e incluso lleno de solera.
Llegar a Carmona es fácil. Está bien comunicada y con sólo acercarte aprecias cómo domina toda la comarca; que sus alcázares, puertas y murallas tienen su sentido cuando perdiéndote en sus calles te sientes protegido; que controlas a quien pudiera intentar conquistarte, aunque la sensación que menos te embarga en esta ciudad es la necesidad de defenderte. Al contrario, lo que apetece es mezclarte, compartir y recordar cada rincón que te encuentras.
Hay muchas formas de conocer Carmona y de hecho sus calles están marcadas por tachuelas que indican las rutas turísticas por las que se puede optar. Sin embargo, a veces es mejor encomendarse al instinto y que sea la propia ciudad la que te guíe. Pero es inevitable empezar por la Puerta de Sevilla, sobre todo si has pasado por ella antes, camino del hotel, perdiéndote por sus calles estrechas hasta alcanzar cualquiera de los alojamientos que ofrece la ciudad, la gran mayoría de gran calidad y, sobre todo, en enclaves históricos inigualables.
Lo cierto es que la Puerta de Sevilla, su alcázar, su foso y sus torres impresionan desde fuera y desde dentro, aunque lo más impresionante es su continuidad. Aunque parte de las murallas se han perdido, uno puede imaginarse todo el recinto defensivo con una sola mirada: les recomiendo que bajen hacia la calle e intenten recorrerlo por las barbacanas, descubriendo torres y lienzos históricos entre las casas, imaginándose cómo la población se ha ido desarrollando a partir de esos muros, alcanzando el postigo para descubrir con una sonrisa que todo está, a la vez, muy cerca y muy lejos.
A partir de ahí, toca recorrer el trazado sinuoso de calles y plazuelas, hacerse con cualquier tipo de mapa e ir descubriendo monumentos. Impresionan sus casas señoriales (Aguilar, Rueda, Torres -hoy Museo-, Briones, Lasso de la Vega, Domínguez, Barón de Gracia Real...) pero también el escrupuloso respeto que incluso las nuevas edificaciones del centro mantienen con el entorno, reproduciendo fachadas, puertas y zaguanes como si la historia se hubiera detenido.
Conventos, iglesias...
Hay que alzar muchas veces la vista y echar un paso atrás también para ver la magnitud o el recogimiento de conventos (Santa Clara, Descalzas, Madre de Dios -el antiguo Cabildo-) e iglesias (San Blas, San Bartolomé, San Felipe), aunque otros sorprenden, como el conjunto monumental que conforman el Ayuntamiento y la Iglesia del Salvador, en plena actividad pero teñida por el musgo y el tiempo: una preciosidad de la arquitectura religiosa.
No se queden sólo en lo monumental, apuesten por recorrer sus calles y si es al atardecer, mejor. Podrán ver cambiar la ciudad al son de las luces, mientras suben hacia el barrio de San Felipe; mientras las farolas iluminan las calles estrechas, hasta alcanzar el Parador del Rey Don Pedro, una joya impresionante de la arquitectura defensiva, magníficamente conservado en la zona del parador, observando a lo lejos la impresionante Puerta de Córdoba, mucho más hermosa a todas luces que la Puerta de Sevilla.
Sigan andando. Descubran cómo junto a la Casa de Carmona -impresionante- existen pequeños tesoros arquitectónicos populares, ese portón con siglos de historia y esa callejuela cuyos muros se tocan abriendo los brazos; recorran las Siete Revueltas para llegar hasta la plaza de San Francisco y vuelvan a tornar hacia la callejuela más cercana, terminando, sin saber muy bien cómo, en la Plaza de Abastos, que impresiona tanto por su amplitud como por la ausencia de placebos: bares y restaurantes casi han sustituido a verduras, carnes y pescados.
De arrabales y recuerdos
Tampoco se olviden de los arrabales. La necrópolis y el anfiteatro romano esperan a los amantes de una de las civilizaciones que más ha marcado nuestra cultura, desde donde apreciarán mucho mejor por qué el cerro en el que se levanta Carmona ha sido tan importante estratégicamente a lo largo de la historia.
Otro detalle. Carmona también tiene una hija de la Giralda: frente a la Puerta de Sevilla se erige la Iglesia de San Pedro, coronada por otra Giraldilla que, como la que también existe en Lebrija, lucha en hermosura con la original. Merece la pena detenerse a observarla, admirarla e incluso compararla, aunque ninguna es mejor que otra. Un poco más adelante queda el convento de la Concepción, ahora sin fransciscanas concepcionistas que lo habiten, con uno de los claustros más hermosos que existen, con una serenidad y una luz que una que les escribe tuvo el gusto de descubrir hace 25 años de las propias hermanas cuando se restauró.
Una ciudad muy cálida y con un muy buen comer
Carmona es una ciudad turística, recorrida todos los días por cientos de turistas, por lo que el trato es afable, cálido y muy atento, especialmente en los establecimientos hoteleros, muchos de ellos de gran calidad. Aunque el dormir no puede existir sin el comer. Y en esto, Carmona es especial.
Hay rutas de bares específicas, aunque les recomiendo que se dejen guiar, una vez más, por su instinto. Junto a la Puerta de Sevilla existe una abacería llena de historia: L’Antigua es la historia de una “tasca” adaptada a los nuevos tiempos. Las máquinas de coser han servido para adaptarlas a las mesas en las que te sirven chacinas, quesos, ahumados y guisos caseros de una calidad exquisita. Entre cuadros que reproducen portadas de periódicos del siglo XX, los muros están salpicados por aperos de labranza, cuernos y utensilios que han dejado de ser parte de nuestra vida cotidiana. Los barriles muestran la variedad de vinos que se sirven, mientras una flecha te indica que siguen manteniendo una bodega que respira bajo tus pies. Y el ambiente, el mejor. Sin duda alguna, no hay nada como comer “migas con político” entre las conversaciones desenfadadas de una ciudad viva.
Citaba antes la Plaza de Abastos como uno de los puntos en los que bares y restaurantes casi han sustituido a los placeros. Y así, en el interior y en sus aledaños existe una amplia variedad de establecimientos a los que acudir. Párense en la Bodega José María, donde las tapas son tan variadas que no sabe uno qué elegir y donde pueden adquirir todo tipo de vinos. Las chacinas son su fuerte aunque lo que de verdad es recomendable es pelearse por un buen sitio en su terraza y disfrutar del sol del invierno (buscando incluso la sombra cuando pega en demasía) comiendo, bebiendo y charlando con los amigos. Una terapia en todos los sentidos.
Aunque Carmona está salpicada por bares y restaurantes, les recomiendo que se paren en la Plaza de San Fernando, uno de los centros neurálgicos de la ciudad, junto al Ayuntamiento y muy cerca de la Plaza de Abastos. La variedad de tapas, guisos, chacinas, pescados y mariscos sorprende, pero les recomiendo encarecidamente que prueben los buñuelos de bacalao de Las tablas de Rufo: la suavidad de su masa es inigualable y una, como amante de este pescado, no puede más que recordarla y pensar que, aunque quisiera, nunca conseguiría hacerla igual. Y productos de la tierra: no hay nada más gratificante para el paladar que ver llegar un buen manojo de espárragos trigueros e imaginártelos a la plancha o revueltos.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es