La sombra del tiempo

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Mil vidas pasadas no recuerdo, mi Dios. Pero si recuerdo los mil sufrimientos padecidos en tu nombre. Como viajero, me tienes por los infinitos caminos del tiempo. He visto nacer al hombre con el fuego, cuando tuviste a bien depositar un rayo celestial ante él. He visto el poder de tus ángeles descargado sobre Sodoma y Gomorra, donde nuevamente pusiste el fuego ante el hombre, pero esta vez para la destrucción del cuerpo y, purificación de su alma.
Ayer, mi Dios, me encomendaste proteger al que vendrá a salvar al hombre de sí mismo. Le guardé como si a mi vida fuera, pero ¿cómo guardar algo que no quiere ser guardado? ¿No es cierto mi Dios, que es difícil guardar el aire en un saco de esparto?, así se me antoja la custodia de tu hijo.


Hoy cuando mi cuerpo yace en las empedradas calles de Jerusalén, pues fui muerto al defender al hijo de mi Dios, siento el último suspiro de la Humanidad evaporarse, como la niebla de la mañana se place con los primeros rayos de Sol. Mi Dios, tu hijo ha dejado el mundo de los hombres, ¿qué hacer puedo yo para evitarlo?

Amanece en Jerusalén y el silencio domina todo lo que alcanza la vista tanto dentro como fuera de la ciudad. A este lado de la muralla los cruzados de Cristo, y al otro,  los de Mahoma. Siento tristeza al comprobar las muertes que se ciñen sobre nuestras manos, en tu nombre. Un solo Dios y, mil maneras de ver y sentirte. Dime mi Dios, ¿acaso no vale nuestras vidas, el precio de la de tu hijo? ¿Qué Dios necesita la muerte de una Humanidad, para vengar el asesinato de su Divino Hijo? Cierto y doloroso, es que,  nuevamente riego con mi sangre la tierra de Jerusalén y, sigo sin entender tu mandato divino de permitirme  ser observador de esta Humanidad. 

Has tomado mi mano para justicia divina, has dado forma a mi destino, para con ello poder pactar la alianza con tu pueblo. Pero es justo decir, que no soy digno de merecerte mientras mis manos estén manchadas con las sangre de tu Hijo.

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