Estos, además de luchar, eran la fuente de motivación, convirtiéndose en los momentos críticos en los ángeles guía de sus soldados, inmunes a las flechas, de fuerza arrolladora que aplastaban a los enemigos de a pie y a caballo, aunque en este último caso las fuerzas se igualaban, siendo el más ágil y fuerte, quien venciera en la confrontación.
El Caballero, era de extremada limpieza Así, tras la batalla acudía a la capilla se lavaba las manos de sangre y se dedicaba a los rezos. Su vida, estaba marcada por un conflicto eterno consigo mismo y con sus enemigos, no hay mejor reflejo de lo que aquí digo, que las Cruzadas, donde la barbarie humana sobrepasó a la religiosidad. Fue la época de las Cruzadas tiempos de grandes misticismos. El misticismo llevó a la Iglesia a convertirse en el gran adalid de los deseos divinos en la Tierra. Servir a los deseos de la Iglesia era servir directamente a Dios, y como recompensa se alcanzaba el paraíso.
Curiosamente supo ligar la violencia con la religiosidad, con la creencia. Así se muestra, que los Caballeros y Señores, tras la ardua batalla podían realizar donaciones a la Iglesia para con ello salvar sus almas. Una oración de la época dice así: “Dirigimos a Ti, Señor, nuestras oraciones, y te pedimos que, con tu mano derecha, bendigas esta espada con la que tu siervo desea ser ceñido; que ella defienda iglesias, viudas, huérfanos, y todos tus siervos del azote pagano, que siembre el pánico entre los malvados y que actúe con justicia tanto en el ataque como en la defensa”.
Tras la espada, se esconde un mensaje, una filosofía, una comunicación, con un claro mensaje -la lealtad-. Incluso hoy en día estos elementos son redefinidos aparentemente distintos, pero cuya esencia es la misma.
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