Nunca he sido muy partidaria de los sindicatos aunque tengo entre mis amigos a algunos buenos sindicalistas. Los hay buenos y malos, como en la viña del Señor, pero el tira y afloja de la huelga de basuras ha puesto en evidencia muchas cosas, sobre todo, que están en horas bajas y que se tienen que replantear su existencia si quieren sobrevivir en esta sociedad de recortes, de desconfianzas y de mirar con lupa los derechos, obligaciones y privilegios que algunos dicen, sospechan o acusan que tienen los otros.
La lucha sindical tuvo su momento y me niego a teorizar si la de clases o la gremial es mejor o peor, al final lo que buscan son mejoras, con ideología detrás o no, y en la mayoría de los casos cuando se han institucionalizado, salgan o no en la Constitución, tienden a ser parte del sistema, a perpetuarlo, a protegerse, en lugar mantener su objetivo que sí es común, cambiar la sociedad o una parte para mejorarla.
La huelga de Lipasam, justa o injusta, ahí no entro, lo que ha evidenciado es cómo se ha utilizado, en primer lugar, para desacreditar la propia reivindicación de los trabajadores pero atacándoles a ellos, como cuando la prensa denuncia algo y el afectado, en lugar de defenderse con argumentos, ataca al mensajero. De la plantilla de Lipasam se han dicho auténticas barbaridades más allá de las críticas a su trabajo o a sus condiciones laborales, quizás en parte por la situación de precariedad laboral y crisis que vivimos en esos momentos.
Pero quienes de verdad han salido mal parados han sido de verdad los sindicatos de Lipasam, primero su comité de empresa por el espectáculo de una asamblea a voz viva en la que ni siquiera se pudo explicar el preacuerdo y que luego obligó a convocar otra en la que hablara, con voto secreto, la mayoría. Puede haber muchas explicaciones a lo que ocurrió aquella mañana, razonables, pero le sirvió a los que no creen en los sindicatos ni en su labor para cuestionar un trabajo que, sinceramente, a nivel sindical se estaba llevando en condiciones. El fallo llamémosle técnico del comité dio paso a lo que ya es habitual cada vez que un sindicato, sea cual sea, está metido por medio: la crítica feroz a sus privilegios, sus prebendas y sus enchufes, esa que sirve para que se cuestione a los sindicatos como se está cuestionando a la política, metiéndolos a todos en el mismo saco, los buenos y los malos, los honrados y los aprovechados, los altruistas y los ladrones. Tal vez los sindicatos deberían reflexionar igual que la clase política, dejar de mirarse el ombligo y preguntarse por qué siempre les llegan los ataques por el mismo lado. Porque yo estoy segura de que no todos son iguales, como en la viña del Señor.
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