Confundir una zambomba con las verbenas que han venido salpicando el calendario desde mediados de noviembre debe considarse un atentado a nuestros propios ancestros, a la historia de las generaciones que ingeniaron una convivencia simpar en torno a un almirez, una botella de anís y una bandeja de pestiños y alfajores.
Hacer creer que Jerez es la capital universal del belenismo cuando la relación de nacimientos abiertos al público puede resumirse en una cuartilla constituye también un insólito ejercicio de autoengaño, más propio de políticos que de aquellos que sienten verdadera pasión por sus tradiciones.
Mal que pese a muchos, las hermandades y cofradías sustentan al colectivo humano más importante de la ciudad. Por eso son el ente capaz de movilizar a más personas que se conoce. Tienen por tanto la responsabilidad moral de ejercer cierta tutela sobre determinadas tradiciones.
Fresco anda aún el recuerdo de aquellos belenes que abrían de par en par las sedes de las hermandades hasta el día de la Epifanía, cuando era rara la cofradía que no volcaba sus esfuerzos en recrear el nacimiento de Cristo.
También de aquellas zambombas que tenían como protagonistas a los hermanos de la propia cofradía y que se celebraban entre candeleros resguardados del polvo y fotografías en blanco y negro de viejas recogías. No había cartelería, ni bodegones, ni artistas invitados, ni precios populares..., porque todo en sí era popular.
A la Nochebuena de Jerez la ha matado la avaricia, el deseo de sacarle partido económico, de promover una feria de diciembre fuera del González Hontoria. La Nochebuena ha cambiado la bandeja de pestiños por la media ración y el aguardiente por el cubata.
Con las cosas de los niños no se juega, con las del Niño Jesús..., menos aún.
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