La derecha española se está convirtiendo, día a día, en la Ilustre y Venerable Cofradía del Clavo Ardiendo. No hay asunto, nacional o internacional, político, deportivo o metereológico, que no sea usado por los españoles que no quieren ser presidentes para intentar esconder su fracaso tras un montón de ruido.
Ahora le ha tocado a la visita del Presidente Sánchez a Israel, acompañado de su homónimo belga, para entrevistarse con las autoridades judías acerca del enésimo conflicto con Palestina, o con lo que queda de ella. En ella, ambos presidentes han dejado dos cosas bien claras: su repulsa al terrorismo de Hamás y la condena de la sobreactuación israelí en Gaza. El hecho de que se haya cometido un acto terrorista, a todas luces execrable y deplorable, no es motivo para masacrar a civiles inocentes, destruir hospitales, dejar sin agua ni luz a la zona con mayor densidad de población del planeta y matar a más de 6000 niños inocentes. Como era de esperar, Israel ha montado en cólera y ha llamado a los embajadores español y belga para regañarles.
Pero claro, dentro de la advocación de su cofradía entra la obligación de escoger sólo la parte de realidad que convenga a sus intereses, convirtiendo el mundo en un escenario en blanco y negro en el que no ya solo no existe el color, sino donde ni siquiera los grises tienen cabida. Quizás les explote la cabeza al intentar comprender que criticar una masacre no te hace amigo de terroristas, de la misma forma que criticar a Hamás no te convierte en palmero del gobierno israelí y de sus actuaciones.
Es una pena que el resto de gobiernos europeos callen y se dobleguen en un silencio cómplice, y no sean capaces de tener una voz distinta a la de Estados Unidos, una voz que camine paralela a las resoluciones de la ONU, esas que “el país más democrático de Oriente Medio” se salta a la torera cada vez que le viene en gana. Lo que viene siendo siempre.
Señores de la derecha, dirigentes, cargos públicos, cargos medios y palmeros en general: el mundo no es binario. Criticar algo no significa abrazar su contrario. Se puede abominar de la violencia, venga de quien venga, ya sea de un grupo terrorista o de un país que ha olvidado su pasado y se está convirtiendo en su propio verdugo.
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