Two lovers supone un cambio de registro para Gray, en el sentido de que abandona el thriller, aunque no los dilemas morales, el peso del drama sobre nuestras vidas, sobre nuestras familias, la amargura, la lucha diaria con nuestros fantasmas por encontrar eso tan inconcreto como la felicidad. Supongo que si Julio Medem hubiese rodado esta historia la habría convertido en un melodrama de miradas y silencios, pero James Gray construye una pieza dramática tan contundente como emocionante. Phoenix es un joven atormentado y al borde del suicidio tras ser abandonado por su prometida. Sus padres -atención a una envejecida y auténtica Isabella Rossellini- fuerzan su relación con la hija de unos amigos -más atención aún a una excelente Vinessa Shaw-, pero en su camino se cruza una vecina con cuya personalidad establece una serie de lazos auténticos y rejuvenecedores -ella es Gwyneth Paltrow, recuperada con acierto en el filme-.
Escribía hoy David Trueba que, según William Goldman, lo mejor de un guión han de ser sus primeras diez páginas, para que el interesado lo siga leyendo, pero que de una película lo mejor han de ser los diez últimos minutos, porque son los que dejan la huella en el espectador, y los diez últimos minutos de Two lovers son soberbios, inolvidables.
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