“Con demasiada normalidad”, dice el colega de Onda Cero cuando informa de que apenas una docena de personas del pueblo salieron a la calle para maldecir el crimen. Pero cuando el asesinato forma parte de la normalidad en una población de apenas 12.000 habitantes es que el grado de miseria moral de esa gente, escapa incluso a su propia conciencia.
Esa enfermedad no se cura de la noche a la mañana. Y menos con instrumentos legales tan excepcionales como la disolución de ayuntamientos gobernados por los amigos de Eta. Como en el caso de Azpeitia, donde los amigos de Eta, tal vez conocidos por el infortunado empresario, son quienes habrían facilitado la información sobre los sencillos pasos que recorría diariamente convencido que su alma de nacionalista de toda la vida le protegía de las siniestras intenciones de otros nacionalistas. Ya se ve que no.
Los demás a lo nuestro. El discurso está cerrado: eficacia policial, unidad de los demócratas y colaboración de Francia. Los tres resortes están funcionando. En el peor de los casos, la capacidad de reproducción de Eta se corresponde con la capacidad de reacción policial.
El presidente del Gobierno, Zapatero; el jefe de la oposición, Mariano Rajoy, y el lehendakari, Ibarretxe, han mostrado la misma firmeza en el compromiso de continuar con la famosa “Y” vasca. Y la Policía francesa, en perfecta sintonía con la española, no deja de darnos alegrías.
Entretanto, recordemos que los mejores amigos políticos de Eta siguen en la cárcel. Y que el último Euskobarómetro, elaborado por la Universidad del País Vasco), nos descubre que el apoyo incondicional a la violencia terrorista entre los votantes de la izquierda abertzale se ha desplomado hasta el 2%. En 1996 era del 20 %. Algo que se resiste a llegar a pequeños núcleos de población con fuerte raigambre nacionalista, como Azpeitia, donde reina la normalidad.
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