No soporto las campañas electorales. Mi empatía con la dignidad de “la palabra” casi me lo exige. No hay nada más halagüeño que la dulzura y suavidad de la caricia materna, pero el canto a pie de cuna, que es tan antiguo como el nacimiento del ser humano, sumerge en la felicidad de un profundo sueño al pequeño, sin necesidad de contacto epidérmico.
La palabra es el bálsamo que el oído precisa continuamente. Eriza la piel y modifica el ritmo cardiaco. Su expresión más sublime, la canción tiene en la laringe su potencia y en el alma su magia. Los pueblos que no tienen canción o la adulteran con el resentimiento, los ríos lo bordean para que su hiel no los contamine, el mar retrocede sus olas para no bañar arenas de odio y el monte ante la rudeza de sus rocas no deja asomar ningún destello de vegetación.
A semejanza de lo que decía aquel célebre torero, la palabra llegó al discurso político, degenerando. El falso colorido del engaño, le da un tinte que no resiste la luz solar del día a día y acaba decolorándose, con mayor rapidez, cuanto más grave ha sido la irrespetuosidad o celada de lo prometido, cuya realidad la masa enfervorecida jamás llegará a conocer. El cuadro surrealista de las campañas electorales, siempre lleva un marco, con adornos de palabras descarriadas, como son el insulto, el improperio o la provocación, cuando no, la injuria.
El sentido común que no tiene por qué sonrojarse, si coincide con la idea de un Creador (aquello de, “no hay reloj sin relojero”) nos lleva a pensar que en un principio hubo un varón y una hembra y que con el tiempo el número de seres humanos creció de tal forma que se unieron en grupos, distribuyéndose por toda la superficie del planeta. A la par hombre y mujer comienzan a evolucionar y a sus creaciones, descubrimientos y utensilios, cada grupo le puso vocablos diferentes, lo que dio lugar a distintos idiomas o formas de expresión.
No debíamos haber dejado, sobre todo al aparecer la escritura, que estos desiguales lenguajes hubieran seguido evolucionando y haberlos llevado a una unificación, pero en un principio era el valor, la fuerza, la destreza en la lucha, el ingenio en la batalla y la conquista, las cualidades que imperaban en los pueblos mejor organizados y cuando la inteligencia comenzó a sobreponerse, la soberbia hizo imposible - a pesar de que hubo propuestas para que fuera posible - el idioma único, global.
Pensar en lo que no se hizo, o se hizo mal, es absurdo. Vivir la realidad es el primer peldaño que el progreso exige. Y este progreso nos dice que en la actualidad son 7.097 los idiomas existentes en el planeta. Luego hay 7.096 lugares de la tierra, donde a no ser que antes haya estudiado su lengua, no es posible entenderse con ellos, algo impropio de seres que dicen ser inteligentes.
Los pueblos se agruparon para constituirse en Estado o Nación - España fue uno de los primeros - y eligieron el idioma, la lengua vehicular en la que todos sus habitantes y la comunidad educativa, deben expresarse en primer lugar, quedando los idiomas regionales subordinados a un segundo puesto. De esta forma llegamos a la actualidad en la que veinte idiomas cubren casi la totalidad del habla de los habitantes de la tierra. El español ocupa el cuarto lugar, 577 millones de personas lo hablan. Es el tercer idioma mas estudiado en el mundo y tiene tantos habitantes nativos, que es la segunda lengua más hablada en el mundo. Los países están orgullosos de sus idiomas. El inglés, de que su lengua sea la de la diplomacia, los negocios y hasta de la cultura popular,; el francés de que la suya es la del encanto, la cortesía y los buenos modales. España es diferente. Crecen en ella - a pesar de los datos descritos - regiones o autonomías que intentan anular su idioma, llevándolo a un status igual o inferior, al de cualquier lengua extranjera. Tal es así, que se ha precisado una sentencia del TSJC obligando a la comunidad educativa catalana a impartir al menos un 25% - estamos de rebajas - de horas lectivas en castellano. Sentencia risible y rechazada por el Gobierno regional catalán. Al Jefe del Gobierno español, la Constitución le da las razones suficientes para poder acabar de una vez por todas con esta desobediencia y menosprecio, pero a veces se llega a la cima de la montaña sin haber escalado, sino porque unas opacas conveniencias, han actuado a modo de autogiro, colocando en el vértice a quien estaba en la base de la pirámide, aprendiendo el oficio y ayudando en sus tareas a los demás, como lo hace cualquier grumete.
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