Supongo que podría y debería hablarles de los sesudos, claves y desgarradores asuntos geoestratégicos que amenazan a la humanidad, pero no tengo fuerzas ni ganas. Todo es tan angustioso, abrumador y saturador que uno necesita aire, un poco de oxígeno, esas ventanas abiertas de par en par sin que nadie rompa los cristales.
Prefiero quedarme con lo mundano, lo cercano, lo terrenal. Y ahí está ella. Es mi desconocida Macarena, que se casa en la sevillana Iglesia del Salvador, el segundo templo de la capital de Andalucía. Supongo que, cuando redacto estas líneas, estará preparando el contubernio matrimonial que se cierne sobre ella y su entorno. Y es que las celebraciones familiares se nos han ido de las manos, y de qué manera. No se trata del sagrado enlace matrimonial, sino de todas sus circunstancias. Yo me casé. Sí. Así fue. Hay gente que se sorprende. No me arrepiento, pero tampoco repetiría. Acudí a la iglesia del colegio de curas en el que había estudiado e intercambié anillos, además de ilusión y esperanza hasta que la muerte nos separara o al menos eso nos dijeron, aunque no fue así. Después, el convite y el viaje de novios a Lanzarote y punto. Un clásico.
Ahora, todo ha cambiado o al menos eso me cuentan. Resulta que hay preboda. Incluso yo diría prepreboda. Se nota que no tengo mucha vida social, ¿verdad? No sé muy bien por qué, pero hete aquí que el día previo al enlace matrimonial se reúnen los mismos que se van a ver el día siguiente en la ceremonia. “Es que esto se prepara para los que vienen de fuera”, me dicen. Me lo creo, pero no lo entiendo. Supongo que se trata de prolongar la celebración. Y qué les cuento de las comuniones que ya son bodas. O de los cumpleaños que ya son comuniones.
¿Por qué este despliegue social? ¿Por qué este pavorrealismo que estamos experimentando durante los últimos lustros? No lo entiendo, pero sólo deseo que, con preboda, boda, barra libre y lo que haga falta, Macarena, a quien no tengo la suerte de conocer, tenga una vida plena, alejada en lo posible de esta actualidad que nos estremece hasta el horror sin fin. “Si no recuerdas la más ligera locura en que el amor te hizo caer, no has amado”. Fueron palabras de William Shakespeare. Recuérdalas, Macarena. Tu boda nos dará un respiro en medio del preespanto y del espanto.