Andalucía

Sobrevivir acariciando el barro

La innovación no es cosa de estos tiempos, ya lo hizo en los años sesenta Juan Martínez, Tito, al apostar por la cerámica decorativa cuando sus piezas dejaron de ser funcionales

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  • Juan Pablo Martínez y Juan Martínez, Premio Nacional de Artesanía, a las puertas de su museo, tienda y taller en la localidad jiennese de Úbeda.
En estos tiempos en los que se habla de innovación, de sostenibilidad de los recursos, de respeto a la naturaleza, encontramos en nuestro mapa empresarial andaluz un estilo, una marca, un hacer propio que ha conseguido reinventar y adaptar una cultura milenaria a los nuevos tiempos. Corrían los años 60 cuando las “cazuelas segaoras” dejaban de llevarse al campo porque el plástico era más cómodo, cuando el duralex sustituía las vajillas de siempre, cuando las piezas de barro de toda la vida dejaban de comprarse porque habían perdido funcionalidad. Es en ese momento cuando Tito, Juan Martínez, nacido en una alfarería de Úbeda y enamorado del arte de acariciar el barro, decide adaptarse y ofrecer algo nuevo: si no me compran el botijo blanco, lo pinto de verde y sirve de decoración. Eran los primeros pasos de Alfarería Tito, pionera en la cerámica de decoración pero utilizando las piezas de siempre, incluso las de hace siglos.
Para hablar de Alfarería Tito hay que ver sus dos caras: el padre, Juan, Premio Nacional de Artesanía, y el hijo, Juan Pablo, que hasta viaja a Estados Unidos para enseñarles a los americanos cómo se siente “el calor del barro” en un torno, el futuro de esta empresa netamente familiar que se ha ido adaptando a los tiempos, “trampeando con el hambre” y “estrujándose el cerebro” para seguir viviendo con los mismos recursos y lenguajes pero ganándose a la juventud “porque si no, estamos perdidos”.
Dice Juan Martínez que la crisis de ahora no es para tanto, que sí que lo era en los 60, cuando la gente se veía forzada a emigrar, se mecanizó la agricultura y las piezas de uso doméstico no se vendían por “el plástico y el duralex”. Ya no era funcional la tradición que de siglos había tenido su familia alfarera, como le ocurría a muchos otros artesanos, pero él no se amedrentó sino que innovó, palabra tan utilizada en estos días. Así, el barro blanco lo pintó de verde y recuperó piezas, muchas antiquísimas, para aportarle un valor añadido: su funcionalidad era ahora la decoración pero “echándole tiempo”, de forma que cada pieza, aunque haya una original, es diferente a la otra.

Taller, museo, tienda...

Asegura que si volviese a nacer sería alfarero pero estudiaría arqueología, una pasión que le llevó a adquirir las piezas de un museo de un palacio de Úbeda para llevarlas a su taller, donde conviven el museo, la tienda y la zona de trabajo, de cara siempre al público, desde el amanecer hasta el atardecer. En el museo hay piezas contemporáneas y antiguas, que él llamas “reales”, las alcuzas de aceite de hace siglos o una bañera “que tiene una pátina impresionante, romana”, describe con entusiasmo.
Alfarería Tito gana renombre con ArteEspaña, que “supieron exportar con toda la gracia”, según cuenta Juan, por todas partes. Desde entonces, llegan a todos sitios, cualquiera que les encargue algo allí se lo mandan, son habituales sus piezas en regalos de empresa o conmemoraciones... El 50% de sus ventas son por encargos de particulares, aunque su principal fuente de ingresos procede del turismo, al igual que el resto de artesanos de Úbeda, Patrimonio de la Humanidad. De hecho, reconocen que son unos “privilegiados”, según Juan Pablo, el hijo, porque tienen un sostén que otras localidades no poseen.
Juan Pablo ha heredado la antorcha cultural, económica y empresarial de Alfarería Tito. Es el protagonista de los “workshow” en Estados Unidos: desde hace varios años se traslada hasta allí para demostrar cómo se hacen sus piezas, pero también de “estrujarse el cerebro” para garantizar otras fuentes de riqueza a medio y largo plazo, más allá del turismo que, reconoce, “es el que nos permite trabajar a gusto y poner nuestro precio”, porque para sobrevivir apuestan, como el resto de Úbeda, por la calidad y no por la guerra de precios, que al final los hundiría a todos.
Amante de lo antiguo igual que su padre, va más allá y su tesis doctoral versa sobre la interrelación entre la artesanía y el gran Arte, porque “hay que investigar el patrimonio cerámico, la decoración, sobre todo aquellas épocas, como el barroco, que quedaron eclipsadas”, por la historia y por la funcionalidad que siempre ha tenido la cerámica.
“No estamos descubriendo, estamos redescubriendo cosas olvidadas y poniéndolas en valor”, apunta para señalar que la innovación no es sólo tecnológica, sino que también está en adaptarse. ¿Cómo se hace eso en alfarería? Reinvertir en la colección del museo y documentarlo todo, de forma que si van a hacer una película, les buscan para los decorados, o si CajaGranada apuesta por un Museo de la Memoria, sus piezas están ahí como exponente de las artes y costumbres populares.
Pero es más. Han sido finalistas de los premios que concede la Asociación de Jóvenes Empresarios (AJE) de Andalucía y el encuentro le sirvió de mucho a Juan Pablo: la cerámica puede ser más funcional, más exportable (internacionalización, en términos actuales) y, de cara a los Estados Unidos, sería interesante colaborar con las universidades para conseguir técnicas que tengan menos toxicidad que otros materiales o hacerlos más resistentes, incluso a las placas de inducción, y conquistar otro sector del mercado americano que, reconoce, es muy exigente.
Además, su apuesta por recuperar lo de siempre representa la sostenibilidad y el respeto al entorno, y hasta cumplen con la paridad con sus trabajadores: uno es hombre y otra, mujer, y fijos, recalca Juan Pablo, mientras su padre, con setenta años y al que no le tiembla el pulso, sigue en plenas facultades.

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