Dos años después de la edición de “Estancias”, Manuel Cortijo publica “Cuando quiera la noche” (Isla de Delos. Madrid, 2020). Al hilo de su anterior poemario, anoté que para el vate albaceteño el universo que giraba en derredor de su cotidianeidad se sostenía sobre una naturaleza nacida de lo absoluto. De ahí, que su afán de duración, persiguiera bordear la otredad, desdoblarse de forma telúrica en busca de un mejor mañana.
En esta renovada entrega, su voz se afana en rozar lo intangible a través de un proceso de constante revelación. Sabedor de que su propia condición humana no le permite alcanzar la expresión de lo inefable, recurre a la palabra, a la plenitud creadora, para dar cuenta del tamaño de su inquietud y de su miedo, de la estatura de su emoción y de su asombro. Y lo hace, sí, reclamándole a la noche -a esa noche eterna materializada tantas veces en la lírica hispana- el espacio y el tiempo suficientes para demorarse entre sus dones y sus tinieblas: “Deja que entre a sus anchas la primera/ claridad de la noche,/ su llama hasta el final en crecimiento (…) Y deja que se oiga cómo fluye/ la noche hacia un sentir que te revela/ tu vida desvivida, esa otra/ que acaso no supiste/ vivir dejando a un lado lo perdido/ que envejece hacia atrás”.
Como contraposición a esa noche recurrente, surge como materia balsámica la luz, su comunión armónica con todo aquello que es símbolo del conocimiento, de lo sagrado. Y también, señal de una mística que sublime el mensaje y lo convierta en dador de una unión precisa con naturaleza que rodea al propio yo: “Aquí me quedaría/ a vivir en la luz sin hacer cuentas/ de la noche que viene,/ que comienza en mi pecho,/ que acabará en mi pecho”.
La conciencia del sujeto amanece como clave intuitiva de lo que puede llegar a ser ascensión, concreción de lo ya acontecido. Porque bien sabe Manuel Cortijo que el ayer no es amenaza, mas sí experiencia solvente para aceptar el porvenir de forma más palpable. Tal vez, por ello, afirme: “Porque vine una vez qué importa dónde/ a decir de la vida lo que duele,/ lo que fue posesión,/ todo aquello que ahora no es de nadie”.
Dividido en “Umbral”, “Mientras se hace de noche”, “Conciencia de un lugar”, “Un paso más” y una “Coda”, el volumen llegaa conformar un todo unitario, un círculo de lumbre que se enfrenta a una hilera de sombras: una dicotomía que hiere y condena, que nombra y sueña un acontecer alineado junto a salvación.
También la belleza del amor, de sus ecos, tiene cabida en este conjunto donde el verso del poeta se enraíza en una grata cadencia, en una melodía que podrá escuchar el lector de manera gozosa y sostenida: “Sin ruido has llegado/ desde fuera de ti y tan de adentro,/ seguro de ti mismo,/ a tener las palabras, la emoción de decirlas/ en su último fulgor, como si fueran/ el remate final donde tú acabas,/ pero no te acabas./ Y esa será tu herencia ante la noche”.
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