Si la primera década de este siglo supuso el inicio de una nueva y vertiginosa revolución informática, con la irrupción de Internet y las redes sociales en nuestra vida cotidiana, esta segunda década que ahora acabamos ha traído sin duda la consolidación del mundo cibernético en la vida de todos. Curiosamente, Internet se ha convertido en la última gran empresa de la humanidad; el último territorio virgen donde aquellos exploradores ingeniosos e intrépidos han encontrado un lugar donde triunfar.
Hemos visto cómo las grandes empresas que han desarrollado su actividad en el mundo cibernético, han pasado a ser monstruosos titanes, superando a aquellas que imperaban mundialmente, relegándolas a ser espectadoras o, a lo sumo, invitadas de última hora a este nuevo mundo. Y es interesante apreciar cómo la gran revolución que explotó a partir del año 2000 en adelante, de manera maravillosamente descontrolada, se ha ido atemperando, como la fiebre del que ha crecido: hemos pasado de la revolución, a la evolución, tasada por esas empresas titánicas que intentan imponer una innovación controlada que les permita rentabilizar sus productos y servicios con seguridad.
Pero, en todo caso, no podemos dudar de que vivimos ya en dos mundos: el puramente físico y el cibernético, ambos reales.
Por otra parte, empezábamos la década de los años 10 marcados por la gran crisis mundial que se “inició” en el 2008, y con cuyos efectos venimos todavía lidiando. Y seguro no es casualidad que este mundo “físico” que se empeña en retratarse cada vez con más incertidumbres, parezca que por momentos ceda relevancia a favor de ese otro mundo virtual, paralelo y alternativo, siempre presente, en el que uno puede simplemente dejarse llevar, huyendo del primero.
Son tiempos raros, contradictorios, y esta pasada década es una buena prueba de ello: vivimos, aparentemente, mejor que nunca, y sin embargo somos cada vez más infelices. La OMS ya habla de la soledad como una “enfermedad” pandémica, especialmente presente en los más mayores, pero también en la juventud. Por otra parte, es inevitable pensar en la alienación que se aprecia especialmente en las generaciones más jóvenes, en las que la inmediatez del mundo cibernético las atrapa en una felicidad aparente y vacua.
De seguro, la clave de la felicidad y del éxito para la persona del mañana será la capacidad de desenvolverse en ambos mundos, en el desteñido viejo mundo y en el saturadamente colorido nuevo mundo. Veremos.
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