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Resucitar el bipartidismo

Los partidos más nuevos deben hacer una seria reflexión sobre su aportación democrática y su capacidad verdadera de negociación, consenso y diálogo

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La expresión “más vale malo conocido que bueno por conocer” parece que deberíamos de aplicarla al sistema democrático español. Porque si bien es cierto que el bipartidismo no terminaba de ser un sistema perfecto, la situación actual no es que no haya traído ningún avance, es que tiene sumidas a las administraciones (y, por tanto, a los ciudadanos) en un caos repleto de callejones sin salida. Decían que por fin se habían acabado las etapas de las mayorías absolutas y que eso era bueno porque obligaba al diálogo y al consenso y a lo único que nos ha avocado es a sempiternos gobiernos en funciones, parlamentos paralizados, repeticiones de elecciones… Nos vendían que el multipartidismo nos iba a traer una mayor felicidad y calidad democrática pero desde que en nuestras instituciones se ha abierto el abanico de la representación la experiencia consiste en repeticiones de elecciones, adelantos electorales por imposibilidad de sacar adelante unos presupuestos, gobiernos en minoría atados de pies y mano, parlamentos cerrados a la espera de que se pueda elegir un Gobierno… El bipartidismo, decían, no era bueno, pero es que la situación actual es aún peor, mucho peor.

Quienes venían a aumentar los niveles de democracia, diálogo y consenso son, precisamente, quienes tienen bloqueados, entre otros, el Gobierno de España y el de algunas comunidades autónomas.

Los nuevos partidos y plataformas, los de la regeneración democrática deberían reflexionar si su participación en política ha servido para mejorar  o, si por el contrario, su aportación se limita a la inestabilidad, el incremento de la confrontación.

El multipartidismo sí ha aclarado la necesidad, urgente, de una modificación de la ley electoral de este país para que, a nivel nacional ocurra como en muchos otros países y, en caso de que no exista una mayoría absoluta en las elecciones, haya una segunda vuelta en la que seamos los ciudadanos los que podamos decidir hacia dónde inclinar la balanza y no los despachos de los partidos políticos.  

Tampoco se entiende que, a estas alturas, la legislación no contemple que, en caso de que no exista un candidato que obtenga la mayoría absoluta de los votos se proclame presidente al candidato que consiga más votos, agilizando así la formación de gobiernos y permitiendo a la administración salir de la parálisis en la que está instalada España.

Los partidos más nuevos deben hacer una seria reflexión sobre su aportación democrática y su capacidad verdadera de negociación, consenso y diálogo.

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