Sevillaland

Fiesta

Mientras Sevillaland bulle con la excitación genética que le produce la primavera, a España le recorre el espinazo un repeluco de ansiedad. Seas de un bando o

Publicado: 05/05/2019 ·
23:12
· Actualizado: 05/05/2019 · 23:12
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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Mientras Sevillaland bulle con la excitación genética que le produce la primavera, a España le recorre el espinazo un repeluco de ansiedad. Seas de un bando o de otro, la posibilidad de cantar victoria o derrota está equilibrada. Como en otros países mucho más desarrollados que nosotros, hemos descubierto que estamos viviendo ese paradójico momento democrático en que importa un bledo las barbaridades que piensan otros pues, a la postre, lo importante es que te apoye para formar gobierno. Si no te gustan mis principios, tengo otros. Y así estamos, con un puñado de abanderados rojigualdos marcando el paso de la oca.

La Feria se inicia con la plena normalidad con que se toma Sevillaland los cambios. Hay quien cree que Sevilla es una ciudad tradicional. Bueno, hay quien en Madrid cree que es dual, y cita tontadas como Betis-Sevilla, Macarena-Esperanza o Joselito-Belmonte, cuando ambos binomios representan lo mismo. La única dualidad de Sevilla es la de quienes mandan históricamente desde sus añejas rentas, y el resto. Basta repasar la literatura universal: ni una novela sobre fútbol hispalense, mil sobre sus señoritos.

En este periodo de auge y prosperidad turística la Feria mantiene su sevillanía, lo cual ya es mucho teniendo en cuenta cómo ha quedado el centro. Al menos conserva sus más preclaras señas de identidad: el rebujito como bebida transgeneracional, mostrar poderío en caseta propia, el deseo de montar en caballo o carruaje para elevarse au-dessus de la melèe, vestir con corbata… Nada nuevo bajo el sol en estos días en que la ciudad se muestra como no es: sin matices, plana. Con una actitud de sus nativos que algunos creerán pura idiosincrasia local si ven los telediarios, cuando el requiebro y el doble sentido mandan en nuestras relaciones personales.

Los periodistas, en las décadas precedentes, íbamos sin rubor de caseta en caseta de los partidos para ser agasajados con gambas y manoseados por el lomo. Nos encantaba, y nos poníamos como el quico. Hoy en día los partidos se han moderado, a ver quién es el guapo que se ofrece a las cámaras portando un plato de gambas o de jamón. Mandan tuits en lugar de invitaciones o raciones, cosa que garantiza control en lo que se comunica, y facilita sobremanera el trabajo de gacetilleros, aunque nos obliga a comer en la caseta de la Prensa almendras y pinchitos.

En fin, se acerca el súper domingo electoral, podemos decidir la historia y tal, pero en Feria sí que puede pasar cualquier cosa. Para allá me voy.

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