Sevillaland

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Qué inocencia el debate un año atrás sobre si cabían o no más turistas en Sevillaland. Da igual, quepan o no quepan la situación no tiene control alguno...

Publicado: 07/04/2019 ·
22:34
· Actualizado: 07/04/2019 · 22:34
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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Qué inocencia el debate un año atrás sobre si cabían o no más turistas en Sevillaland. Da igual, quepan o no quepan la situación no tiene control alguno. Es como romper un huevo o que te pillen en adulterio: ni el alimento ni la pareja tienen ya solución.

La Expo’92 no produjo ninguna ruptura del digamos, statu quo emocional de la ciudad. Rondas de circulación, aeropuerto remodelado y el tren de alta velocidad. Pero, vaya, ese aroma local, mezcla de varon dandy, adobo e incienso que caracterizaba el ambiente socio-político-económico del centro de la capital seguía ahí. En el Alcázar se accedía sin cola, en el centro residían más personas que decían chipirones que las que lo conocían como chopitos, y los bares ofrecían tapas descritas en menos de una línea de texto. Qué digo, en menos de tres palabras.

Ahora sí que se ha producido una ruptura con la anterior ciudad, la tan denostada siempre desde posiciones más (digamos) vanguardistas; y, vaya, se echan de menos a los caídos por la avalancha turística. Bares, comercios y formas de vivir que ya nunca volverán. No digamos respecto a precios. Miles de jóvenes se están formando para atender a la gran industria emergente. Habrá desarrolladores de apps, pero más abundan obreros de la hostelería y la hotelería que saludan al grupo de clientes con un “hola, chicos”.

Todo eso no sólo es inapelable, sino que resulta muchísimo mejor que nada. Incluso, al parecer, Sevilla es la envidia del semi orbe occidental, al punto de que se ha definido como Sevillalandismo el fenómeno de convertir a una ciudad media y periférica en un imán irresistible para el viajero de destinos exóticos y de curiosas costumbres, pero a la vez cercanos.

En Sevillaland cabrán todos los turistas que quieran venir. Es más, se producirán protestas y runrún de crisis a la primera curvita descendente en el dato de vuelos en el aeropuerto o pernoctaciones en hosteles.

Mientras, disfrutemos de que aún no sufrimos la patología llamada técnicamente “tirria”, que causan los miles de ciudadanos foráneos en ruta por nuestro centro mirando, o el móvil, o el palitroque alzado del guía. Sevillaland ha emergido con tal potencia que un indeseable brote de xenofobia no sería hacia negros, árabes o suramericanos, sino hacia los caucásicos y asiáticos cuya masiva presencia ha dilatado el esfínter de la codicia a todo aquel nativo que puede sacar dinero, incluso a costa de mudarse a Los Bermejales.

Lo cual es magnífico. No hay nada como el dinero para hacer feliz a una ciudad y a sus habitantes. Y fin del debate.

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