De nuevo, las Atarazanas. Ahora, no son alfonsíes. Ahora son fernandinas. En una ciudad en la que su santo patrón es un santo de quita y pon, por qué no también hacerlo con su hijo, que no fue santo pero fue sabio. Dentro de la tendencia a devaluar la proverbial figura de Alfonso X el Sabio no es la primera vez que dicen que las Reales Atarazanas de Sevilla no las fundó Alfonso X el Sabio, por más que la marmórea inscripción conservada en el Hospital de la Caridad (antes en la portada de la iglesia y originariamente en la Torre de la Plata) así lo demuestre.
La reciente publicación de una entrevista con un nuevo investigador de las Atarazanas de Sevilla nos aporta esta otra interpretación. Ya antes hubo un conocido arquitecto hispalense que afirmó que las Atarazanas de Sevilla eran almohades y la inscripción existente nada más que una impostura de Alfonso X, quien se había atribuido tan magna obra. Poco después un inteligente filósofo, duque consorte por más señas, sostenía en las páginas de un periódico monárquico que el gran arsenal sevillano había sido fundado por su antepasado el duque de Alba. No faltan interpretaciones, por lo que no es de extrañar esta de última actualidad. Ahora bien, la verdad es sólo una. Y en este caso, se trata del error en que suelen caer estudiantes e investigadores primerizos, a saber: creer que la fecha de la fundación de un edificio se corresponde con la terminación de sus obras de construcción.
Obviamente, en el año en que Alfonso X heredó la corona no pudo realizarse el mayor astillero de Europa. Sin embargo, ha de entenderse que ese año fue el de inicio de la construcción del grandioso edificio, que también debió realizarse en un tiempo récord debido a la abundante mano de obra mudéjar. No parece, pues, que esté equivocado el profesor y académico González Jiménez, uno de nuestros más eximios medievalistas y biógrafo de Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio cuando postula esta sensata opinión.
Cualquier conocedor de la historia de nuestra arquitectura sabe cuántos ejemplos tenemos en la geografía nacional de edificios cuya lápida fundacional no significa la culminación del edificio: en Tordesillas tenemos el palacio fundado por Alfonso XI el Justiciero, habitado luego y reconstruido también por su hijo Pedro I, acabando convertido en monasterio de clarisas.
En Sevilla, el famoso palacio del rey Don Pedro; no llegó a disfrutarlo mucho tiempo y tampoco se terminó bajo su reinado. El magnífico palacio de Carlos V en la Alhambra de Granada no llegó a conocerlo el emperador, siendo concluido mucho después. Así pues, una cosa es la fecha de fundación, y otra diferente la fecha de la conclusión de un edificio.
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