“Es incontestable que todos los datos han sido positivos”. Así de rotundo se mostró el alcalde Espadas pocas horas después de clausurarse la Feria. “Todos los que han criticado el nuevo formato lo han hecho sin argumentos de peso”, remachaba. En realidad, desde la misma noche del alumbrao ya se ufanó de que hubiera más gente que el año anterior. Lo que es cierto, como también el domingo y el lunes, pero la comparación tiene poco sentido porque aquel año esos días no fueron de Feria y en éste formaban un puente festivo. Si hubiera ofrecido las comparativas del miércoles, jueves y viernes, éstas harían un flaco servicio a su defensa de la Feria de ocho días.
¿Cuáles serían los números si, por ejemplo, se volviera al lunes del pescaíto y se cerrara con los fuegos en la noche del sábado, en total seis días, con el martes o miércoles siempre festivo?
Espadas parece que no ha leído las opiniones en la prensa de la gran mayoría de los concejales de Fiestas Mayores de las últimas décadas, algunos de su propio partido, que son bastante críticas. Y no ha querido enterarse de otros números, como el aumento obligado de costes en las casetas debido a la prolongación, o de gastos del propio ayuntamiento en servicios, electricidad, horas extraordinarias… Todo lo ignora o justifica aduciendo “el interés general de la ciudad”.
Y tiene prisa por atar la continuidad del nuevo modelo, pretendiendo dejar todo cerrado antes del verano en un Pleno ordinario del ayuntamiento. No habrá tiempo, pues, para que se manifiesten las entidades, asociaciones, peñas y grupos de socios que sustentan actualmente la Feria y la hacen posible. Porque, por más farolillos que ponga el ayuntamiento (en algunas calles no se instalaron este año hasta el jueves) y por mucho Cecop y muchos besamanos que se organicen en la Feria (la foto del Rector doblando el espinazo para besar la mano a Doña Susana se hizo viral en las redes), ésta no existiría hoy, o sería algo muy distinto a lo que es, sin esas asociaciones, peñas y grupos de socios que llenan de vida las más de mil casetas.
Sin ellos, sin esa “sociedad civil” de grupos de ferieros que pagan cuotas mensuales para tener caseta, no habría Feria. Esos grupos, formalizados o no, equivalen de alguna manera, aunque de forma más light, a lo que representan las cofradías para la Semana Santa. Por eso tienen derecho a opinar sobre los cambios en la Feria.
Y deberían también opinar no sólo ellos. ¿Tienen algo que decir los sindicatos y los inspectores de trabajo respecto a los sueldos y condiciones de contrato de los protagonistas “ocultos” de la fiesta? ¿Han mejorado este año? ¿Y qué plantean las asociaciones ciudadanas, tanto vecinales como de defensa del patrimonio? ¿Habría que ampliar el ferial o desconcentrar? Pero me temo que a Espadas, y no sólo a Espadas, lo único que le interesa es la opinión de los hoteleros.
Y está claro que vender dos fines de semana de Feria es a éstos mucho más rentable que poder ofrecer sólo uno. Lo que no es aceptable es que el interés (los intereses económicos) de los dueños de hoteles represente, sin más, “el interés general de la ciudad”. A menos, claro está, que ya esté tomada la decisión de que Sevilla se convierta, de forma irreversible, en una ciudad completamente turistizada (que no es lo mismo que una ciudad adonde vengan viajeros y turistas debido a sus atractivos y valores, materiales e inmateriales).
La Feria, como la Semana Santa, forma parte del patrimonio cultural identitario de Sevilla. Aunque muchos no lo entiendan, ambas fiestas las organizamos y vivimos los sevillanos, asociativamente, para nuestro disfrute. Por eso estamos obligados a ser críticos con algunos, o muchos, de sus aspectos: para conseguir que todos podamos disfrutarlas sin exclusiones. Pero ni una ni otra fiesta es propiedad de ninguna institución -ni del ayuntamiento, ni del gobierno, ni de ningún partido, ni del arzobispado (en el caso de la Semana Santa)-. Sus objetivos no pueden ser la de que algunos obtengan pingües beneficios, económicos o de otro tipo. Quienes pretenden apropiárselas manejándolas a su arbitrio o mercantilizarlas para sus intereses privados, las están poniendo en peligro. No pueden ser simples escenarios para sus vanidades ni ganchos publicitarios de una marca turística.
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