Patio de monipodio

El carnaval es en febrero

Las cosas se hacen por algo. Las costumbres, las tradiciones, las festividades, tienen un principio y una finalidad que las guía...

Las cosas se hacen por algo. Las costumbres, las tradiciones, las festividades, tienen un principio y una finalidad que las guía. De ahí que cada una tenga una forma de celebración, una motivación, un estilo, una música. Si no, todas se celebrarían igual. En Semana Santa, aplaudir por todo, a todas las levantás, sólo muestra falta de sensibilidad en lo que se hace. El sentido (común) aunque sea poco común, es lo que da sentido. Lo que da sentido a la Semana Santa es la Teología. En el cristianismo, la Pascua evoca un hecho luctuoso y trascendente, porque exalta la figura del Hijo de Dios, que también es Dios. Exalta algo más: exalta la figura de unos seres que sufren vejación y uno de ellos tortura psicológica y física y muerte. Su recordatorio anual requiere un tratamiento respetuoso. No se habla aquí desde la creencia en el mito, sino desde el propio mito, desde su significado. La Semana Santa tiene su propia estética, prendida en su base teológica, que, por lo que se ve, muchas hermandades no han llegado a conocer siquiera. Las que están chabacanizando, horterizando la representación, que es la celebración.

Es una pena, pero grande, porque la representación que esta ciudad hizo de la Semana Santa, constituye una de las más altas cimas del arte y la estética, con un ritmo (“tempo”) de gran altura artística. Una obra de arte que algunos llevan tiempo intentando destruir desde dentro, por su supina ignorancia y su plena ausencia de interés en informarse, para actuar consecuentemente. Conscientemente. La emoción puede levantar aplausos, aplaudir como norma lo desluce, porque falta la emoción. Mecer los pasos de Cristo, nazarenos o crucificados, es tal falta de sentido común que da vergüenza ajena. A quien sufre se le intenta consolar, si no hay otro medio, con palabras amables, con música, con piropos. Pero a quien está muriendo o va camino de ser asesinado, sólo se le puede, se le debe acompañar en silencio. Mecerlo equivale a no respetar su situación, a abrir más sus heridas. Por eso su música es solemne, casi monocorde. Las musiquillas chabacanas, basadas en cambios de volumen sin orden ni sentido, los pasodobles que ya acompañan a muchas vírgenes, el Viernes de Dolores daba la impresión de llevar a un Nazareno a hacer el “paseíllo”, en vez de a estación de penitencia. Tocarle una copla hecha para musicar un poema contra la Semana Santa, que ensalza al Cristo triunfante sobre las aguas, para minimizar el verdadero triunfo que, según la doctrina de la Iglesia, es la Cruz, porque da paso a la Resurrección, demuestra la falta de atención, de conocimiento y de respeto hacia lo que se está celebrando.

Habrá quien monte en cólera contra este comentario. Pero no serán amantes de la autenticidad. No hace falta ser creyente para comprender que, con acciones como estas, se está desnaturalizando una celebración a la que está privando de su base. Exaltar y exagerar lo anecdótico hasta ignorar lo fundamental, lo deja sin sentido, y llega hasta el desconocimiento pleno de aquello que ha motivado la celebración. Pues recuérdese: el carnaval es una fiesta muy respetable. En su contexto. Y en su fecha, por supuesto. El carnaval es en febrero.

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