La inserción en la sociedad de los valores que hacen digno al ser humano, en gran medida viene propiciado por una continuada educación en dichos valores, siempre y cuando el sistema estructural de una sociedad haya comprendido en profundidad el valor añadido que conlleva, tanto en el presente como en el futuro, la continuada apuesta en dicha educación.
Desde las instituciones públicas como ayuntamientos, gobiernos autónomos o ministerios, la distribución presupuestaria dedicada a la cultura ha sido históricamente la hermana menor de las atenciones administrativas. Podríamos decir que la cultura se encuentra aún y a estas alturas del desarrollo global del siglo veintiuno, en aquella situación de precariedad que limita con la exclusión.
Queremos acuñar sin pretensión alguna de originalidad el que venimos a denominar "efecto espejo", para indicar que una sociedad es, ineludiblemente, el reflejo de su puesta en valor y actualización de aquellos valores a través de los que el individuo, sirviéndose de los canales legales y administrativos, encuentra viabilidad para la creación de libre expresión en todas aquellas iniciativas que añaden, suman y revitalizan en ética y estética el horizonte ya creado.
Hemos llegado a creer que la economía gestiona el epicentro del bienestar y el desarrollo, sin analizar en profundidad las consecuencias de una aseveración cuyos orígenes, tan antiguos como la propia historia de la civilización humana, a poco que profundicemos, nos lleva a ciclos de subida, caída y retorno a aquella precariedad de la que hablábamos.
Por encima de la economía y esa particular manera de distribución en los prepuestos, ha de existir el concepto, ánimo e intencionalidad de concebir una realidad distinta en la que no sea el ´mercado´ quien marque la distancia entre lo exitoso y lo propio, es decir, todo aquello que por falta de recursos no alcanza la visibilidad de una marca de consumo.
Solemos aceptar que la gente consume lo que se le ofrece. Es el axioma propio de las campañas de marketing dirigidas de forma eficiente y que desafortunadamente constituye esa otra ´educación´ en la que estamos insertados y ante la que, al igual que la energía eléctrica, respondemos de forma automática, inducida por una opresiva y desvirtuada concepción de la realidad y su deformado valor de éxito.
Cuanto más presente se hace algo, más influencia tiene en el medio y más incide en los hábitos y costumbres de los depositarios. En este caso, los ciudadanos, no disponen de la suficiente puesta al día y difusión de las realidades e iniciativas culturales que a duras penas y casi siempre a través de un gran esfuerzo propio, tratan de seguir vigentes en el panorama de la actualidad cultural.
Hoy, una de las artes más antiguas, el teatro, sufre de una inanición que raya con el absurdo. Según estudios ya publicados, sólo el ocho por ciento de los actores y actrices de teatro vive de su arte, profesión y entrega a una actividad que no es, ni de lejos, respetada por las instituciones públicas.
Podríamos seguir con el ya hartamente denunciado IVA aplicable a la actividad artística, que ha inflado precios de acceso y producción a toda actividad cultural.
Abundaríamos con la desmembración de la cohesión colectiva de los creadores en aras de la competitividad, propiciando una pugna por destacar en un ´sálvese quien pueda´ dentro de la amalgama de confusión alentada por gestores, círculos de poder y críticos, cuyo ego nutrido por una burbuja de artificios y luces de color, no alcanzan sino a poner en valor de forma atávica lo denostado por artificial. Es el sistema.
Mientras que la protección y legislación de los ámbitos estrictamente económicos de una sociedad gocen de la preferencia de los poderes político - administrativos, en detrimento de aquellos ámbitos sociales y culturales que fomenten aquella educación de la que hablábamos al principio, la balanza sigue desequilibrada y los objetos y objetivos de las partes ofrecerán una gráfica continuista. En ascensión la primera y en descenso la segunda, propiciando la quiebra de los valores referidos.
Por más que insistamos, por más que se insista, no está ni estará de más que de forma alterna o continuada, las voces se sigan levantando, declarando, anunciando o denunciando la necesidad de mantener la explosión de libre expresión creativa sumida de manera obligada en el duradero y triste letargo en que parece seguir cayendo por necesidad.
No es un letargo real. Siempre habrá voces que sepan insertar en la sociedad, a través de un rasgo de humor inteligente y sanador o una nota musical compuesta entre divinas soledades, la esperanza de una cultura de puertas abiertas y su necesario lugar en nuestras vidas.
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