El Loco de la salina

Aquellas cartas

Yo, en mi juventud, antes de que me ingresaran en este manicomio, escribía muchísimas cartas, sobre todo a mi novia.

Hoy, nueve de octubre, se celebra el Día Mundial del Correo, fecha en que se fundó la Unión Postal Universal. Y yo con estos pelos. Puede parecer que estoy hablando de hace siglos, de cuando lo normal era escribirle una carta a la novia o a nuestros padres. Queda para los anales de la historia aquella frase con que los catetos iniciaban sus cartas: “Espero que te encuentres bien, yo quedo bien a Dios gracias.”

Había gente que leía a duras penas. Como aquella madre que se alegraba porque en una carta que le envió el hijo decía este que nada más llegar al cuartel lo habían nombrado director de una fábrica. Una amiga la rectificó y le dijo que en la carta lo que ponía era que lo habían mandado directo a África. Hoy vemos el tema como algo muy normalito. Sin embargo nada más que hay que pensar en aquellas diligencias que transitaban por los caminos llenos de polvo, en aquellos trenes de vapor que no paraban de pedir más madera y en la paciencia que había que echarle a la cosa para recibir alguna contestación. Tardaban las cartas un imperio en llegar a su destino, aunque llegaban gracias a los grandes profesionales que siempre tuvo Correo.

Los pueblos primitivos pensaban que las cartas tenían algo de magia y que hablaban con sus letras. Cuenta Ricardo Palma que, cuando llegó la época en que el melonar daba sus primeros frutos, el mayordomo de una gran finca de terratenientes escogió diez de los mejores melones, los preparó en dos cajas y mandó que dos indios los llevaran a Lima junto con una carta para el patrón de otra finca. Cuando los indios iban de camino, se sentaron a descansar y tuvieron la tentación de comerse algún melón de los que llevaban. No se atrevían para no ser castigados porque sabían que las cartas eran muy chivatas, pero uno de ellos dio con la manera de poder comer sin ser descubiertos. Se trataba de esconder la carta detrás de unas piedras mientras se comían un melón.

Así lo hicieron. Cerca ya de Lima, uno de ellos le explicó al otro que convenía igualar las cargas, porque si uno llevaba cuatro y el otro cinco melones podría nacer alguna sospecha. De modo que volvieron a esconder la carta y se comieron otro melón igualando así la carga. Llegaron a casa del patrón, pusieron en sus manos la carga y la carta en la que se anunciaba el envío de diez melones. Al comprobar el patrón que faltaban dos, los mandó castigar. Y uno le decía al otro: “Es verdad que las cartas hablan”. 

Hoy no pasaría nada de esto, porque seguramente los dos indios llevarían un pen o ya estaría avisado el patrón por teléfono o por wassap de que iban para allá diez melones, ni uno más ni uno menos. Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a los aparatitos y a la esclavitud de las nuevas tecnologías y ya no tenemos ni ojos para ver ni recuerdos para revivir. Yo, en mi juventud, antes de que me ingresaran en este manicomio, escribía muchísimas cartas, sobre todo a mi novia. Procuraba no cometer faltas de ortografía, más que nada por respeto a nuestra lengua y a nuestra historia.

Hoy lo normal es cometer un montón de faltas de ortografía, porque aquí lo que más se lee es el Marca y de vez en cuando. El correo ha sufrido con los cambios y hoy no se ve una carta por ningún sitio. Todo cambia y eso también es bueno. Una frase que se nos ofrece: “El Correo debe transformarse continuamente y encontrar nuevos caminos para ir más allá de simplemente hacer entregas en la puerta de los clientes”. Por todo ello este loco felicita a todos los carteros que con su trabajo y su responsabilidad nos facilitaron la comunicación en tiempos verdaderamente difíciles. Hoy tenemos más fácil la comunicación tecnológica y más difícil la que se establece de persona a persona.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN