“Sin tiempo ni añoranza” (Fundación Valparaíso. Colección Beatrice, 2016), ganador de la última edición del premio “Paul Beckett”, supone el sexto poemario en la dilatada trayectoria de Antonio Manilla. Este leonés del 67, vinculado desde hace tiempo al mundo de la edición, alterna dicha tarea con su labor poética y periodística. En ambos géneros, ha recibido importantes galardones: “Emilio Prados”, “José de Espronceda”, “Ciudad de Salamanca”…, y “Francisco Valdés” y Don Quijote”, respectivamente.
En este volumen que me ocupa, sostiene en sus adentros la sobria luz de la memoria. La voz del yo lírico se dirige, desde el poema inicial, en busca de un ayer cromático y cercano: “No sé por qué, recuerdo ahora algunas cosas”, reza el verso inicial del volumen. Y tras esa confesión, su mirada gira en derredor de escenarios y protagonistas diversos, ora reales, ora históricos: “…Un buque que deriva,/ insomne y sin destino, un desierto cruzado/ por un pueblo que huye y un nombre de mujer,/ Helena. Las palabras de vida de un judío,/ las murallas de Roma…”
Junto a estas remembranzas, Antonio Manilla se vale de una temática de corte clásico, donde el tiempo, el amor, la mística o el enigma de la poesía como salvación del ser humano, van conformando un mapa personal por donde surca su decir. Además, sus versos surgen como una búsqueda constante de sí mismo mediante un diálogo comunicativo que esquiva cualquier acento de superficialidad. Su preciso lenguajenace de una voluntad conciliadora que sirva como revelación a su propias preguntas: “¿A quién pedir, más tarde, explicaciones? ¿A la perennidad de los abetos/ al aire fino y pleno del otoño/ a la fragante ausencia de las rosas (…) ¿A quién le reclamamos?/ ¿A las hojas movidas por el viento?”.
Vertebrado de forma unitaria, el libro mantiene una vigorosa sentimentalidad que, en ocasiones, se torna dicha, mas también soledad: “El hueco de una ausencia/ llena mi corazón ahora./ El hueco de una ausencia/ que tiene carne y peso y que me ocupa”. Y también, esa citada soledad, llega a convertirse en himno cuasi elegíaco, como en el bello poema titulado “Padres”, uno de los más emotivos del conjunto.
En su penúltimo poemario, “Un lugar en mí”-por el que obtuvo el premio “Ciudad de Salamanca”-, Antonio Manilla hacía también referencia a un desolvido que entremezclaba la nostalgia del ayer con la inquietud de lo venidero. Y en su cántico, también aparecía el paisaje que en forma de Naturaleza solidaria ofrecía el espacio ideal para alcanzar cuanto anhelaba: “Cada mañana funda la mañana/ un orbe tras la liza,/ un territorio en claridad y umbriÌ
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