Arcos

El Peñón de Gibraltar

"El Ejecutivo español actual se he empeñado en limpiar Gibraltar de los históricos efectos causados por el contrabando de tabaco, el blanqueo de capitales, los paraísos fiscales, así como por la tierra española robada al mar, en aguas españolas"

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A cuestas de nuevo con el espinoso tema del Peñón de Gibraltar. De una parte, el gran calado de los sentimientos, pues ese querido peñasco está soldado al territorio español desde que el mundo es mundo; y de otra, las vivas burbujas españolas que salen del corazón de la memoria. Y todo, nacido de los hechos vividos, que lleva el rumbo del tiempo.

De pequeño, nunca conseguí entender lo del Peñón (tampoco me contaban mucho), yo, gaditano, durante años viví relativamente cerca de la Roca, y me sorprendía mucho que algo tan pequeño, en  lugar tan visible y atractivo, no formase parte de España. Solo se hablaba del contrabando y de los contrabandistas. Y cuando estudiaba, sabía de los fenicios navegando por el Estrecho con sus negocios. Y los griegos, que creían que fue Hércules, su dios, quien abrió el estrecho de Gibraltar. Figúrense qué disparate tan grande. Pero bueno, nada del resto.

El año 711 de después de Cristo fue la fecha en que, avanzando por Ceuta hacia Europa, y ayudados por el Conde don Julián, los musulmanes en tromba pisan que se pusiera a tiro (aunque sus armas eran espadas), y de ese modo atravesaron la piel de toro, con el firme propósito de primero conquistar España, y seguir avanzando hacia arrasar Europa, mientras Alá la diera fuerzas; objetivo imposible, ya que Carlos Martel los paró en seco, sin opción que recular. Y olvidarse de una vez por toda de Europa.


Eran tiempo de guerras continuas. Y como Gibraltar fue siempre un bocado exquisito para casi todos los países, por su situación geopolítica fundamentalmente. Y con el camino un tanto despejado, holandeses e ingleses se interesa por el Peñón de Gibraltar.

Desde entonces, de día en día, España y la Roca han vivido ensalzados  en continuos conflictos “vecinales”, sin nunca llegar a entenderse. Muchos esperaban que con la apertura de “la verja”, que ordenó abrir el presidente Felipe González, se zanjarían definitivamente rencillas y discordias. Pero por lo que venimos viendo y hemos visto casi recientemente, las cosas van de mal en peor. El Ejecutivo español actual se he empeñado en limpiar Gibraltar de los históricos efectos causados por el contrabando de tabaco, el blanqueo de capitales, los paraísos fiscales, así como por la tierra española robada al mar, en aguas españolas. Por todo, se han intensificado los controles, lo que ha dejado de provocar retenciones de vehículos: muchos de turistas, pero, sobre todo, de los gibraltareños que viven en España y de los españoles que trabajan en el Peñón. Sin olvidar el puntillazo a los pescadores de La Línea de la Concepción, a los que les están arruinando su pan, lanzando al mar mastodónticos bloques de hormigón -cruzados por hierros-, con muy mala leche. De ese modo aplastan a los peces, pues los hierros rompen las redes de pesca y dañan gravemente el ecosistema de la zona. Sabiendo, como deben saber, que, apoyándonos en el texto del tratado de Utrecht – culpable de que Gibraltar pasara a manos de Gran Bretaña-. Porque, como saben, España, según dicho texto, cedió “la plena y entera propiedad del castillo de Gibraltar, juntamente con su puerto, defensas y fortalezas que le pertenecen, dando la dicha propiedad para que la tenga y goce con entero derecho sin excepción ni  impedimento alguno”. Aunque nada se habla de las aguas. Y ellos, cada vez se consideran más dueños del mar que rodea a la Roca. Y así andan las cosas. Cuando se aproxime el verano, saldrá algo nuevo, y se formará lo de todos los años. Y vuelta a lo mismo. A Fabián Picardo (cuya madre es española), siempre le ha gustado decir esta frase: “Se percibe un nivel de odio y violencia…”.

Odio y violencia, dice. El tratado de Utrecht se firmó en 1713. ¿No parece que ya han pasado un puñado años, y siempre enredados en demasiados conflictos, para un territorio tan pequeño?  Sí. Pero es el gran calado de nuestros sentimientos.

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