Patio de monipodio

Consuegra...

O sin suegra, la arquitectura es una de las cuatro Bellas Artes. Pues ¿qué se enseña hoy en las Facultades? De practicar arte a poner paredes de escayola, hay un trecho...

O  sin suegra, la arquitectura es una de las cuatro Bellas Artes. Pues ¿qué se enseña hoy en las Facultades? De practicar arte a poner paredes de escayola, hay un trecho. Como lo hay de hacer arte a fabricar cubos de escayola o de metacrilato; un trecho grande, largo, prolongado. Y no hablamos del pelli-gigantismo. ¿Se eleva de categoría la línea recta, la ramplonería, la falta de recursos? ¿Ó simplemente se degrada al arte con la ramplonería y la plena ausencia de imaginación? Que se llamara “rey del metacrilato” ó “capitán de la línea recta”, ó “amor por el blanco” a un señor, estaría basado en su cargante uso de tan pobre recurso. Que se le dé un premio –encima- denota el nivel de quienes lo otorgan: los mismos que llaman “pastiche” a cualquier obra imaginativa de arquitectos responsables, conscientes de su papel en el Arte, criticados por sus colegas –que no compañeros-, como las sufre Rafael Manzano, entre otros, por su respeto a la armonía que una ciudad como Sevilla se ha dado a sí misma a lo largo de los siglos.

Como si pudieran ser sustitutos de la creatividad, el Colegio de Arquitectos para disfrazar la fiebre lineal, acuñó palabras vacías, especie de eslogan como “módulos”, “expresión”, “geometría”, “forma”, “dibujo”, “paisaje”, “medida”, “espacio”, “escala”, “proporción”, “pliegues”, “planos” “sentido”, “color”, “sensibilidad”. (Sensibili ¿qué?) ¿Hacer paredes lisas y cajas de zapatos con ventanas es sensibilidad? ¡Vaya lujo de lenguaje. Al COAS le disgusta que los ciudadanos den su visión de la arquitectura. Por tan absolutista procedimiento, no tendríamos derecho a hablar de la Catedral, del Alcázar, ni de ninguno de los monumentos de los que Sevilla se siente orgullosa, aunque precisamente no gracias a estos “nuevos valores de la arquitectura mundial”.

El ciudadano tiene derecho a defenderse del corporativismo; ya sea de malas prácticas médicas o de malos engendros arquitectónicos. Ni siquiera los colectivos más corporativistas han rechazado la crítica como recientemente la ha condenado el Colegio de arquitectos sevillanos, en defensa de Guillermo Vázquez Consuegra, arquitecto sevillano, premiado por haber olvidado el uso del compás. Se supone. Vázquez viene destacando por sus reformas de obras señeras –algo que a ningún artista le gustaría- y por sus “rehabilitaciones” a base de metros de paredes de escayola, en detrimento de la Obra de Arte no restaurada, sino reformada, con el fútil pretexto de que “hoy no se puede construir en un estilo del pasado”. Que “lo que se haga, aunque pueda ser igual al barroco o al renacimiento perdido, no es renacimiento ni barroco”. Ingeniosa excusa para ahorrarse complejos dibujos.

El ciudadano tiene derecho a reclamar a un médico un error, o a plantear su visión con detalle a un abogado, tanto como a sentir placer o repulsa ante la vista de un edificio y su encaje en el entorno. El arquitecto sabrá dibujar, calcular resistencias, elegir materiales. Y, si es creativo, crear. Si es creativo.

Pero el ciudadano tiene derecho a poseer criterio, a valorar toda obra artística, a opinar sobre ella, sin que por eso ni al artista ni a su corporación les asista el de descalificarle.

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