Termina la primera semana de la campaña electoral de unas elecciones imbuidas por el espíritu navideño, pobres en los mensajes, mediocres en los protagonistas y sobre todo, olvidadizas. Pareciera que la vida sigue igual que hace cuatro años y, sin embargo, han sido muchas las cosas que han cambiado en este país, aunque en un primer y somero análisis, nada hubiera sucedido. Las protestas en la calle, y lo que es peor, la ruinosa situación de millones de familias en España, miles en Jaén, pasan de largo en esta campaña y solo despiertan un puñado de argumentarios vacíos, zafios y que apelan más al corazón y a la emoción del recuerdo que a la razón. Los esgrimen los partidos emergentes, los mismos que allí donde han tocado ya el poder se han descafeinado sin apenas despeinarse ante, otra vez, el silencio de la opinión pública. Da la sensación de que el fin de bipartidismo no es más que eso: la llegada de otras fuerzas políticas que se afanan por alcanzar la embriaguez del dulzor de ese pastel que ahora, se repartirán cuatro o cinco partidos en lugar de tres. Y al final de esta larga tormenta a la que todos calificaron de perfecta, parece que lo único que hemos sido capaces de hacer ha sido esperar que escampara y, como cada año, cuando calienta el sol de primavera, nadie se acuerda ya del duro invierno, aunque muriera de frío.
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