Notas de un lector

Poemas indispensables

“Cincuenta poemas indispensables” (Ediciones Rialp. Madrid, 2015) ofrece “un brevísimo recorrido por setecientos años de poesía en castellano”, del que, según sus responsables, “todos los poemas recogidos aquí son indispensables

La segunda acepción del vocablo “indispensable” en el Diccionario de la RAE (la primera resulta ajena a este propósito) reza así: “que es necesario o muy aconsejable que suceda”. Escribo al hilo de la publicación de “Cincuenta poemas indispensables” (Ediciones Rialp. Madrid, 2015); volumen que ofrece “un brevísimo recorrido por setecientos años de poesía en castellano”, del que, según sus responsables, “todos los poemas recogidos aquí son indispensables: su arte perdura… y sigue emocionando porque conserva destellos inconfundibles del alma”. Valiéndome, pues, de la definición académica, podría decir que la lectura de este florilegio es necesaria o muy aconsejable. O ambas cosas, que bien justificado queda así el calificativo.

     Porque, en efecto, los versos aquí recogidos (no se da el nombre del autor de la selección) son esenciales dentro del periodo abarcado, que va desde el “Mío Cid” (siglo XII) al poeta chileno Carlos PezoaVéliz (1879 - 1908). Anoto la nacionalidad del malogrado joven que cierra el volumen con su poema “Tarde en el hospital” -por cierto, conmovedor-, para apuntar que se han omitido los países de origen de los poetas elegidos, no sus fechas de nacimiento y muerte. En este sentido, valga dejar constancia de que los españoles predominan decididamente en número y presencia, pues sólo tres nombres hispanoamericanos registramos aquí: el citado Pezoa, la mexicana sor Juana Inés de la Cruz y, claro, el nicaragüense Rubén Darío, con su poema “Lo fatal”, uno de los más hermosos de nuestra lengua.

     En el haber del compilador, anotaríamos sus personalidad y valentía para incluir -aparte de una sustanciosa lista de textos anónimos procedentes de los “Cancioneros”- figuras menos frecuentes como, v.g., un AirasNunes (1230 – 1289) o el sacerdote pacense Juan Vásquez (1500 – 1560), de quien se reproduce una letrilla deliciosamente pícara: “Ya florecen los árboles, Juan./ Mala seré de guardar,/ ya florecen los almendros/ y los amores con ellos, Juan./ Mala seré de guardar”.

    Este Juan viene a sumar su nombre a una curiosa lista de Juanes: el Arcipreste Juan Ruiz, Juan de Mena, Juan del Encina, Juan Boscán, Juan de la Cruz, y la citada Sor Juana, a los que, con una sonrisa, podrían añadirse la pareja Juan y Juana, del “Madrigal (?) futuro”, del catalán Joaquín Bartrina, que es otro de los nombres sorpresa de esta compilación.

Naturalmente, y aunque no se hayan citado aún, no faltan aquí los grandes maestros de nuestra lírica, y algunas de sus más celebradas composiciones: el Marqués de Santillana, Jorge Manrique, Gil Vicente, Garcilaso de la Vega, Santa Teresa,Gutierre de Cetina (“Ojos claros, serenos,/ si de un dulce mirar sois alabados/ ¿por qué si me miráis, miráis airados?”), Fray Luis de León, Góngora, Lope de Vega (“Desmayarse, atreverse, estar furioso,/ áspero, tierno, liberal, esquivo,/ alentado, mortal, difunto, vivo,/ leal, traidor, cobarde y animoso”), Quevedo (“Ayer se fue; mañana no ha llegado;/ hoy se está yendo sin parar un punto;/ soy un fue, y un será y un es cansado”) Espronceda, Bécquer (“Tú sabes y yo sé que en esta vida/ con genio es muy contado el que la escribe/ y con oro cualquier hace poesía”), Rosalía de Castro…, y Campoamor, al que alegra comprobar que han respetado su sitio.

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