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Arcos

Las partes y el todo

"Pero sí podemos al menos, llamar la atención una vez más sobre el desquicie al que se ven sometidos aquellos quienes, acercándose a una exposición o cualquier otra manifestación artística, se sienten sorprendidos por un sentimiento de incredulidad y asombro”

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  • Ilustración de Jorkareli. -

Siempre hemos conservado el concepto de abstracción como resumen de lo concreto. La sinopsis de lo evidente, la reducción o síntesis de lo general.
No obstante, resulta curioso como los conceptos, estilos y en general los llamados "ismos" dentro del arte, pisan una deleble línea divisoria cuyos límites no están tan claros.
Por lo general las obras se construyen a través de conceptos, sinopsis o síntesis gráficas que, a la postre, devienen o no en lo concreto.
Estudios - síntesis gráficas, bocetos, o como queramos llamarlos - son el preludio de la conclusión y llevan implícitos esa forma genuina de trazar, manchar o componer que diferencia los rasgos esenciales del autor, no por ello menos importantes.
Curioso resulta a veces darse cuenta como las partes de una obra en su construcción pueden devenir en un todo. Es decir, tener vida propia, existencia por sí mismas y ser proclives a dar signos de veracidad a la presente y resumida tesis: las partes es el todo y todo está en las partes. 
Por lo tanto, la exacerbada tendencia a la clasificación dentro por el mero hecho de nombrar lo a veces innombrable, resulta en ocasiones un mero trámite de mercado, cuando no, el ánimo de abarcar lo que a simple vista dice mucho más.
¿Resultará que la abstracción va implícita en la figuración? ¿Cabría la posibilidad de pensar sobre el expresionismo como trazo inequívoco de un carácter, o... la simple falta de paciencia - carácter -  para ir más allá? ¿Cabría pensar en la abstracción como una excusa o un genial resumen?
A veces, nos perdemos en las palabras queriendo diferenciar con ellas lo indiferenciable o simplemente repetido, intentando añadir un ápice de singularidad a través del adjetivo. Pero da la casualidad que el arte es emoción y tiene un lenguaje que habla por sí mismo en cada una de las materias artísticas, sin necesidad de epítetos.
Éstos, los epítetos, normalmente quedan relegados y ensalzados a su vez por quienes viven de la mal entendida intelectualidad. Aquellos, cuyo sustento suele depender de la palabra y el giro hábil que sepan darla. No así para los artistas, quienes en su afán por llegar al núcleo de la expresión, a la comunicación, no solo se han olvidado de las palabras, sino que las consideran fatuas, precisamente porque la expresión ha quedado impresa en el movimiento, la luz, la armonía o cualquiera otra de las lenguas propias de la materia.
Es por ello que no debemos confundir y confundirnos con excesiva terminología. Los conceptos, como las miradas, han de ser claros  e intensos, lejos de la mezcolanza e indefinición en que los hemos convertido. Así, como anteriormente afirmábamos, las parte y el todo se cruzan, como lo hace lo abstracto y lo concreto, implícitamente  contenidos en ese todo al que nos referíamos.
Hay suficientes datos e información hoy día para preguntar y preguntarnos sobre los disloques cualitativos y cuantitativos del arte. Redundar en ellos supone, en estas escasas líneas, ocupar un espacio que  no tenemos. Pero sí podemos al menos, llamar la atención una vez más sobre el desquicie al que se ven sometidos aquellos quienes, acercándose a una exposición o cualquier otra manifestación artística, se sienten sorprendidos por un sentimiento de incredulidad y asombro.
No podemos coger el pincel con una mano y el micrófono con otra. Es imposible.
La creación en su intento, supone una actitud introspectiva muy distante de la palabra. Más bien es el silencio como necesidad ineludible y el interrogante como compañero de viaje, lo que propicia cada trazo, color y conjunto compositivo.
Si el interrogante no existiera, si creyéramos que ya lo sabemos todo y que todo está en su sitio, aquello que saliera de nuestras manos se convertiría en una mera y habilidosa (en su caso) reproducción. Sin embargo la mirada, en la construcción de la obra, ha de abarcar aquel todo, al tiempo que se fija en cada una de las partes, propiciando así la hermandad del conjunto.
Existen, como en teatro - por poner un ejemplo gráfico – las ´bambalinas´ del arte. Aquello que no se ve, pero que flota en el estudio del pintor o del músico, o en el misto teatro, cuya alquimia, lejos de ser indiferente, propone el mejor de los resultados entre el más agudo de los silencios. Ahí es donde se cuece el resultado final, el color, el sonido, la tramoya y su perfecta coordinación, los tempos y ritmos cuyos orígenes, intuitivos en muchas ocasiones, parten del análisis continuado y la ausencia de palabras.

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