Amplia sigue siendo la difusión y vigencia de la poesía portuguesa en nuestro país. El meritorio trabajo llevado a cabo desde hace décadas por muy diversas editoriales y traductores, ha hecho que un buen número de nombres destacados de la lírica lusa nos resulten -hoy día- próximos y familiares.
A tan loable y citado empeño, se suma ahora “Escribiré en el piano. 101 poemas portugueses” (Pre-Textos. Valencia, 2015), una atractiva y extensa antología que abarca nueve siglos; en concreto, desde Sancho I de Portugal (1154 -1214) hasta Filipa Leal (1979), y que recoge, además, a otros 93 poetas.
Manuela Júdice y Jerónimo Pizarro son los responsables de esta edición y señalan en su prólogo las lógicas dificultades a las que se han visto expuestos, no sólo en tan extenso proceso de selección, sino a la hora de tener que verter a nuestra lengua textos muy antiguos (s.XII, XIII y XIV) escritos en galaicoportugués.
Anotan los editores en el prefacio que “la presente antología es la única que propone la lectura de un poema por poeta, excepto en los casos de los dos grandes ejes e hitos de la poesía portuguesa: Luis de Camoês y Fernando Pessoa”.
La apuesta, a un lado su originalidad, tiene la lógica limitación de no poder calibrar la real dimensión de cada vate elegido, si bien, la amplitud y variedad de la nómina, permitirá bucear en la obra en aquellos nombres que al lector puedan parecerle más sugeridores.
La compilación se nutre en su mayor parte de autores nacidos en el siglo XX, muchos de los cuales se hallan entre lo mejor de la lírica europea del pasado siglo.
Así, se puede disfrutar del verso preciso de Miguel Torga (1907 – 1995): “Confieso ser Hombre./ Ser un ángel caído/ del tal cielo que Dios gobierna”; del cántico candente de Jorge de Sena (1919 – 1978): “No sé, hijos míos, que mundo será el vuestro./ Es posible, que sea/ aquel que deseo para vosotros. Un mundo simple”; del íntimo universo de Sophia de Mello Breyner (1919 – 2004): “Esta es la madrugada que esperaba/ el día inicial entero y limpio/ donde emergimos de la noche y del silencio/ y libres habitamos la substancia del tiempo”; de la compleja sencillez de Eugenio de Andrade (1923 - 2005): “A veces tú decías: tus ojos son peces verdes./ Y yo lo creía./ Lo creía,/ porque a tu lado/ todo era posible”; la apuesta personal e inconfundible de Helberto Herder (1930 - 2015): “Ahí va la bicicleta del poeta en dirección/ al símbolo, un día de verano/ ejemplar. Con los pulmones atrás y el pico/ en el aire…”; de la acentuada nostalgia de Al Berto (1948 - 1997): “Yo/ velero sin madrugadas ni promesas ni riqueza/ tan sólo un vacío sin dimensión en los bolsillos”; o del cromatismo verbal de Nuno Júdice (1949): “Si quieres hacer azul/ coge un pedazo de cielo y mételo en una olla grande/ que puedas poner al fuego del horizonte”.
Al cabo, un florilegio atractivo y multiforme, para sumergirse despaciosamente al hilo de las últimas deshoras que nos va concediendo el estío.
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