La Gatera

Soldaduras

No sé si es la edad, que una presume ya de cincuenta otoños, o que servidora viene con el gen de la melancolía de serie...

No sé si es la edad, que una presume ya de cincuenta otoños, o que servidora viene con el gen de la melancolía de serie. Pero les confieso que desde que en el celebrado año 1992 se sustituyera el “Puente de Hierro” por el Puente de las Delicias, cada vez que pasaba y lo veía tan abandonado, me dolía como si hubiera sido yo la que lo hubiera dejado allí. Como un viejo transatlántico, ruinoso y triste ha visto pasar los años sin que nadie, bueno, rectifico, alguna plataforma sí lo hizo, pero aparte de éstos, nadie se preocupara de que esta joya no se perdiera completamente.

Cuando era niña y pasaba en el coche por entre sus orgullosos brazos de hierro, siempre pensaba en los miles de tornillos que sujetaban aquello y preguntaba a mi padre si el puente se podía desmoronar como un castillo de naipes, y éste, que trabajó años en Astilleros y de soldaduras sabía mucho, me explicaba lo laborioso y difícil que era que pudiera descomponerse.

Con lo que no contaba mi padre era con el mal llamado progreso que a veces derrite las mejores soldaduras. Bueno está que se sustituya un puente obsoleto por otro, no me malinterpreten. Que si no fuera así, el Cachorro tendría que cruzar cada Viernes Santo su larga muerte por el puente de barcas. Pero una vez sustituido, o mejor dicho, antes de sustituirlo estaría bien que se pensara en una ubicación y sobre todo en el valor que tiene y que debe respetarse.

A veces esta ciudad, o quienes la gobiernan (que lo hacen, gracias a Dios, con nuestros votos y a nuestro servicio) tiene ademanes de niña rica, que no le importa tirar lo hermoso a cambio de lo nuevo. Me dijo una vez mi querida amiga Lídice Pepper, venezolana de nacimiento y sevillana de corazón, que tenemos tanta riqueza cultural en esta ciudad que por eso no la ponemos en valor, que tenemos la mirada acostumbrada a la belleza y eso a veces es contraproducente. Cuánta razón tiene.

Quizás vengan buenos tiempos para el Puente de Hierro, y quizás pueda pasear de nuevo por él para que mi padre me vuelva a explicar como se suelda el pasado con el futuro sin que haya peligro de fisuras ni de tristezas.

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