La labor de Luzmaría Jiménez Faro como antóloga y ensayista es extensa y meritoria. Además de sus estudios sobre Carolina Coronado, Ernestina de Champourcin, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Delmira Agustini…, es la responsable de los cuatro volúmenes de “Poetisas Españolas. Antología General (siglos XV al XX)”, obra ya imprescindible para entender el devenir de la historia de las letras femeninas españolas.
Ahora, ve la luz “Poetisas suicidas y otras muertes cercanas” (Torremozas. Madrid, 2014), un sugeridor volumen en el que Jiménez Faro ha recogido las dolientes biografías de un amplio grupo de poetisas cuyas muertes fueron oscuras y trágicas.
A la amplia lista que conforman la chilena Violeta Parra, 
las argentinas Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik, la uruguaya Delmira Agustini, la costarricense Eunice Odio, la puertorriqueña Julia de Burgos, la chilena
Teresa Wilms, la hondureña
Clementina Suárez, la colombiana María Mercedes Carranza y nuestra Carolina Coronado, se unen otros cinco nombres: los de la venezolana Miyó Vestrini, las peruanas María Emilia Cornejo y Martha Kornblith, la argentina Delfina Tiscornia y la española Paula Sinos Montoya. De estas últimas, anota la antóloga: “son quizá menos conocidas y con menos obra que otras, pero tienen una poesía intensa, valientey conmovedora”.
De las penumbras y de las desdichas de todas estas autoras, Jiménez Faro ha querido levantar la memoria luminosa de sus complejas vicisitudes cotidianas, a la vez, que dar cuenta del meritorio empeño poético que atesoran sus textos: “por encima de las circunstancias que las unen en este libro, son voces extraordinarias que marcaron su nombre con letras de fuego en la literatura universal.”
Leyendo estas apasionantes historias de tristura, recorriendo estos mapas de íntimos y desolados sentimientos, he recordado las palabras de Voltaire: “Cuando se ha perdido todo, cuando ya no se tiene esperanza, la vida es una calamidad y la muerte es un deber.” No cabe duda, de que muchas de estas escritoras, no encontraron el apoyo ni la comprensión necesarias por parte de su pareja; bien fuera por convencionalismos de la época, o por un evidente y celoso complejo de inferioridad frente a sus creaciones. Además, los excesos de sensibilidad que de por sí suele comportar el oficio poético, el complejo equilibrio que soportaron al ser esposas y madres y los propios desequilibrios emocionales de algunas de ellas, devinieron en esta hilera de muertes extrañas y suicidas.
Junto a las citadas biografías, se añade una atractiva compilación de fragmentos líricos, en los que estas mujeres hacen referencia -de una forma más o menos explícita- a la muerte. Así, el lector comprueba, cómo Violeta Parra la sentía muy próxima: “La muerte se acerca impía/ ya se oye su cascabel”; cómo Delmira Agustini se acompañaba, fiel, de ella: “¡Era tan mía cuando estaba muerta!”; como Teresa Wilms la palpaba en sus adentros: “Mi alma es una alma loca/ que anda de tumba en tumba/ buscando el calor de la muerte”; cómo Carolina Coronado batalló incesante frente a ella: “Por eso vine enferma y lastimada,/ y no quiero tornar más abatida;/ y por eso, no más, Dios me concede/ que se vaya mi sombra y yo me quede”.
Este espléndido volumen, se completa con fotografías de las autoras y de sus tumbas, y un listado de otras cuarenta poetisas que se suicidaron.
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