A partir de entonces, cayeron sobre él un sinfín de acusaciones, insultos, amenazas, que lo sumieron en una profunda depresión. (Incluso se llegó a pedir a la Academia Sueca que lo desposeyera del premio Nobel).
En este marco de personal amargura, Günter Grass inició en el verano de ese mismo año el poemario que hoy me ocupa, “Payaso de agosto” (Bartleby Editores. Madrid, Marzo de 2009). Con el acostumbrado buen hacer de Miguel Sáenz -que ya tradujese para el mismo sello una antología del autor, “Lírico botín” (1999)-, nos llega este singular poemario, cargado de nostalgia, de irónico pesar y de vital desahogo. En él, el escritor alemán -que ha incluido sus propias ilustraciones-, descarga su rabia y su ácida crítica contra todos aquellos que lo injuriaron y quisieron hacer de él un simple payaso: “Enseguida me encuentro cómico,/ sometido al juicio sumarísimo de los justos”, anota en el poema que da título al conjunto.
Sorprende la insistencia con la que Grass arremete contra la calumnia y la humillación a la que se vio sometido, pues no hay en él, ni en sus versos, un solo guiño de sincera culpabilidad, de -¿lógica?- aceptación por el escándalo al que dio lugar su confesión. Y así, su verbo se vuelve casi obsesivo: “Sólo los mueve la ambición del verdugo/ de poder herir” dice en “Héroes de hoy”; “Año tras año hay más garrapatas/ que nos asaltan”, anota en “Lamentación del caminante del bosque”; “Y el asco me ahoga tanto/ que se apodera de mí/ cada vez que -contra toda sensatez-/ abro el periódico”, escribe en “Eufemismos”; “Es sólo envidia, serpiente de verano./ Pasará./ Hay que aguantar”, dice en “Buen consejo”.
El resto, es un inventario simbólico de la convivencia con los objetos cotidianos -unos calcetines, una goma de borrar, un libro, el aceite, el vinagre…- de los paisajes que lo cercan, de los recuerdos fingidos del ayer, de la esperanza de ser otro y el mismo: “Sumergirme otra vez en helechos altos como hombres/ y, tras un siglo desolado/ volver a estar ahí rejuvenecido”. Todo ello, envuelto en ese carácter lírico tan propio de este poeta, de sólo abocetar sus poemas, de alcanzar con ellos una dimensión abierta en torno a las imágenes que proyecta, ajena a cualquier artificiosa imaginería.
Antes de su bien ganada fama como novelista, Grass fue escultor, dibujante y poeta. En 1958, año en que publica su primer poemario, “Las ventajas de las gallinas del viento”, ya había formulado su personalísima poética: “En mis poemas, trato de liberar los objetos tangibles de toda ideología mediante un realismo exacerbado”.
De ese realismo sigue hoy bebiendo, cincuenta años después. Al igual, que de su total compromiso con la palabra. Y con el tiempo. Y el recuerdo.
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