Notas de un lector

Poesía para el estío

Como cada estío, dejo apuntadasalgunas de las novedades más destacadas dentro del panorama lírico y estival.

Como cada estío, dejo apuntadasalgunas de las novedades más destacadas dentro del panorama lírico y estival.

     Rosa Amor del Olmo (Madrid, 1963) es Doctora en Filosofía y Letras y autora de numerosas publicaciones de investigación, entre los que destaca su trabajo sobre “El teatro de Benito Pérez Galdós”.
“Deshora de la conciencia” (viveLibro, 2014), su primera entrega poética, se presenta desde el rincón más exclusivo del creyente, es decir, desde la nostalgia, y se emprende con una restricción estricta a la palabra. Con ánimo de entenderse y de entendernos, Rosa Amor del Olmo se encastilla en un afán de superación vivamente humano, en el devenir de un universo explicable a golpe de fe y devociones; se supone que esta es la mejor baza de la decidora ante todo con lo que ha de trasegar: la obligación del amor, el desamor acaso, el alma intransitiva, el presente de vida que tendrá que desgranarse en libertad, la de la “humilde ninfa aunque esforzada en sabidurías/ al poderte hallar en toda la realidad de ahora”. Una realidad suprema y receptiva, sí, pero “Nada de ese Dios es palpable -como apunta Germán Gullón en su preliminar-; por eso la necesidad de la presencia espiritual, ayudada de la imaginación, va construyéndose con presencias intuidas, deseadas, presentidas”. Y con un verbo descarnado y poderoso, seguramente.

Tres años atrás, saludaba desde este mismo espacio, el estreno lírico de Alicia Aza (1966), “El libro de los árboles”, y destacaba entonces sus inspiradores acentos y su atractiva manera de hacer. Tras “El viaje del invierno” (Premio Internacional “Rosalía de Castro”), llega ahora,“Las huellas fértiles”, una selección de treinta y siete poemas,que confirman su voz firme y madurada.
Estructurado en cinco capítulos, “La fugacidad de los sueños”, “El frágil tránsito de las noches”, “Los vértices del horizonte tembloroso”, “El universo de los dioses derrotados” y “Los calendarios solemnes de la memoria”, el conjunto mantiene una sobria unidad que se basa en el retrato de un puñado de  mujeres míticas y renombradas. Así, confluyen en este mapa de múltiples siglos y civilizaciones, Isolda, Salomé, Dafne, Medea, Artemisa, Penélope, Andrómeda, Medusa, Ambapali…, etc.
Sobresalientes, sí y al mismo tiempo, homenajeadas por el verso sereno de Alicia Aza, quien mantiene al par de estas páginas un sabio equilibrio entre lo culto y lo emotivo. Su decir se asienta en el ámbito de lo humano, de lo emocional, lo que facilita al lector el acercamiento a este grupo de féminas, fuertes y frágiles, deseantes y deseadas, áridas y tiernas….
Un atlas, pues, de poesía honda, sincera, de poesía que apuesta por la devoción y la autenticidad, y dela que dejo ejemplo del bello texto que rinde tributo a Eos, la diosa del amanecer: “Faltarán por vivir algunas muertes/ y permanecerán nuestras palabras/ cuando seamos escudo de una estrella”.

     Narradora, editora, traductora…, Pilar Adón (1971), es también poeta. Y fe de ello, da este tercer volumen que acaba de editar La Bella Varsovia, titulado,“Mente animal”.
En esta entrega, la autora madrileña se adentra en un ámbito tan complejo como actual: el desamparo y el desasimiento del Hombre con relación a la Naturaleza que lo acoge y lo contempla. Dentro de una atmósfera inhóspita, “en un mundo inadaptado (…) y sin la convicción de que el día merezca un amanecer como el que regala” -tal y como afirma Manuel Longares en su palabra previa-, Pilar Adón afila su verso y lo sitúa en los extremos de la conciencia humana: “La tierra abierta en agujeros de seis mil kilómetros/ por un ser vivo que, mayor que la ballena azul o la secuoya/ recorre el subsuelo en hileras de insectos”.
Con la certeza de que su decir es, a su vez, compromiso y consuelo, su búsqueda va más allá de lo puramente literario. Sus poemas se enfrentan a la necesidad de habitar en territorios comunes, junto a los animales, las plantas…, quienes son, al mismo tiempo, sustento y protección. De ahí, la incesante batalla, la sonora contradicción, que convierten su cántico en agónica verdad: “A pesar del aislamiento y de las nuevas normas/
siempre habrá quien se agache a la tierra/ 
y se levante de nuevo/ 
para mirar con perspectiva./
Quien vigile buscando más que subsistencia./
Quien cace y declare que se puede vivir sin casa./
Sin una puerta a la que regresar”.
     Poemario, en suma, sin disfraces, áspero por sincero, recomendable por corazonado.

Tras diez años de silencio, Raúl Alonso (1975), publica “Temporal de lo eterno” (La Bella Varsovia. Córdoba, 2014). En esta última década, el escritor cordobés confiesa haber vivido fuera de su ciudad natal, haber viajado mucho, haber indagado en su propio conocimiento personal y haber cambiado juventud por madurez.
“Sensaciones, contemplaciones y experiencias”, que son, al cabo, el hilo conductor de este poemario que aventa una sensual materia de espiritualidad, una aroma de mística comunión con la vida: “Late mi corazón, mi fiel sonoro (…) Gracia de mi interior. Surco del tiempo/ que no me lleva nunca, y que florece igual que una pradera/ donde nadie nombró ninguna cosa”.
Dividido en cuatro apartados, “Llueve barro”, “Nube de verano”, Señal de agua” y “Lluvia que lava”, los textosse sumergen en los recodos que  conocen a fondo la realidad y el ensueño de los días, en las esquinas que exploran los inasibles cambios a los que el ser humano somete su alma. En esta ocasión, el tiempo no aparece como trampa, sino como cómplice aliado para despojarse del temor a la finita condición mortal: “Tiene el día sus méritos:/ son las pequeñas cosas/ que gustan al mirarlas/ o al sentirlas en sí”.
Un libro, sí, que convierte al yo lírico en avezado centinela de cuanto ocurre en derredor y en el que confluyen un extremo existencialismo y una atractiva simbología humanista y amatoria: “Donde estaba la vida/ yo conocí la muerte (…) Sólo había un amor/ con una melodía/ que unía a cada alma/ con el Alma misma”.

Lutgardo García Díaz es un doctor en Medicina, especializado en Obstetricia y Ginecología, que ejerce en Sevilla, su ciudad natal. A sus treinta y cinco años, ha dado a la luz su primer libro de versos, “La viña perdida”, que ha merecido -con justicia- un accésit del  “Adonáis” del pasado año, y que ahora edita Rialp.
En la nota editorial, se dice que García Díaz se mueve “dentro de una tradición andaluza que tiene su mejor logro en la poesía de Aquilino Duque”; y es el propio Duque quien ejerce de prologuista y quien elogia el quehacer de su prologado del que dice que “no se engaña sobre la realidad, que es lo que es, sino que se esfuerza para que esa realidad se parezca lo más posible a los paisajes de su alma”; paisajes familiares del Sur (Galaroza, Aracena…), en los que su memoria se sitúa y sitúa a sus seres queridos -algunos, sombras ya- y los levanta de su ayer y de su hoy más cercano. García Díez maneja con soltura el verso libre, que fluye bien acordado y no menos almado. Los suyos -esposa, hijos- y los lugares habitados y vividos, comparten sitio con un Dios que está ahí, a la mano, pero que no deja de ser ese Mudo Universal. Escribe: “Se ha venido el invierno. ¿Dios, me hablas?/ Después de hablarte yo, ¿por qué estás quedo?/ Mueve ficha, Señor, di una palabra”. No la dice, no, pero uno sabe -y el poeta sevillano también- que está al otro lado del tablero.

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